Erri De Luca en Los peces no cierran los ojos consigue una atmósfera emocional de una originalidad y autenticidad poco frecuentes. La narración está impregnada de un lirismo contenido, un dominio de la palabra justa, rica en sugestiones, en epifanías inesperadas para el lector. No hay ni un solo tópico en esta novela de Erri de Luca.
Un hombre maduro, de 60 años, un trasunto del propio escritor, va rememorando a ese muchacho que fue a los diez años, sobre todo, los días de verano en una isla de pescadores, próxima a Nápoles. El niño tiene una cosmovisión que nos hace reflexionar sobre nosotros mismos y nuestra infancia; también sobre la relación que tenemos con nuestros propio recuerdos . Interesantísima la relación del muchacho con la lectura, con la justicia, con su propio cuerpo, con sus padres. De vez en cuando el narrador hace cuñas e introduce impresiones y fragmentos de su juventud, su madurez insinuándonos con ellos otra novela no contada. Pero sin duda, donde el autor alcanza una belleza deslumbrante es en la narración de ese primer amor con una muchacha de la que no recuerda el nombre. Conseguir originalidad en la narración de un primer amor solo está al alcance de una pluma como la de Erri de Luca.
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