El título de esta entrada merece una explicación. No es fácil encontrar hoy críticas adversas a este autor cuyas dotes narrativas son indudables. La que me dispongo a hacer lo es. Algunas de las novelas cortas de Zweig descansan sobre unos estereotipos de género que requieren una lectura atenta para no darlos por buenos, arrastrados por la fluidez verbal del autor. Empecemos por recordar con cierto detalle el argumento del relato:
“Erika Ewald es una joven con escaso conocimiento del mundo y ninguna inquietud por adquirirlo. Miembro de una familia fría y poco comunicativa, se ha ido convirtiendo en una mujer solitaria y soñadora. De exquisita sensibilidad para todo lo etéreo, ama la música y se dedica a ella como profesora de piano en el Conservatorio de Viena. En este círculo conoce a un joven violinista de éxito que, en un principio, parece compartir con la muchacha el mundo vaporoso de los sentimientos indefinidos y sin aristas. Tras meses de charla culta, de silencios delicados y de éxtasis musicales, el joven le declara su deseo sexual. Con el deseo declarado llega el conflicto. Erika, después de una aceptación que entiende como un sacrificio romántico de entrega, retrocede espantada en la escalera que conduce al cuarto del joven; huye despavorida de la experiencia sexual que considera algo sucio. Tras este episodio de rechazo, el joven no se pone en contacto con ella y es ella la que, pasado un tiempo quiere verlo de nuevo, bien porque presienta que ha malogrado la única relación amorosa que la vida iba a ofrecerle, bien porque sus deseos se hayan despertado superando la contención a la que los tenía sometidos. La ocasión de volver a ver al joven se le presenta en un concierto. Al final de este , el violinista ejecuta una canción amorosa que es la misma que recreó para Erika en sus días felices. La joven deduce que el joven la sigue amando. Amparada por la oscuridad, lo espera al final de la escalera de la salida de la sala . Sin embargo, el exitoso violinista va acompañado de otra joven en actitud que no deja lugar a dudas sobre la naturaleza de su relación. El joven acaba percibiéndola y, sin saludarla, se aleja de ella con una sonrisa burlona. Esto desencadena en la joven una crisis, un deseo de venganza que se concreta en el intento de arrojarse, borracha, a los brazos de un desconocido. Tampoco la relación se consuma por los escrúpulos del improvisado amante. Recuperada del desengaño, Erika pasará el resto de sus días tranquilos , resignados y monótonos como soltera virgen , entregada a la música, dedicada a dar clases de piano a niños y lamentando solamente no haber sido madre.”
El amor de Erika Ewald fue recibida clamorosamente por los lectores burgueses de su época, lo cual testimonia, más que ninguna otra cosa, que estos no vieron en ella nada amenazante para su moral, sus gustos y sus intereses. En efecto, en esta novela breve se entrelazan y refuerzan tres concepciones sexuales con más puntos en común de lo que puede parecer a primera vista: la moral judeocristiana, el idealismo romántico y la visión freudiana. Véamoslos por partes:
En el idealismo romántico, por su parte, el amor es una sublimación erótico-emotiva. Esta idealización aboca la relación al desastre, tanto si no hay relación sexual como si la hay. En todo caso, el fracaso del amor ideal corre a cuenta de la mujer, bien porque niega “la prueba suprema del amor” y conduce al ardiente enamorado a la desesperación, incluso al suicidio; bien porque sí concede el “favor” y el amor se “real-iza” y se materializa es decir, se “corrompe”. Erika se recrea en la etapa de idealización y sublimación erótica, imposible de mantener indefinidamente, a no ser que se renuncie por completo a las relaciones adultas. Precisamente es esto último lo que hace la protagonista cuando el amor se redirige a objetos no sexuales , sus alumnos infantiles y la música.
Por último, para el psicoanálisis freudiano, una novedad que Zweig conoció enseguida y admiró enormemente, la pulsión sexual es una fuerza inconsciente, irracional y destructiva que hay que reprimir a favor de la civilización, pese a los enormes costes que acarrea dicha represión. Indudablemente, quien tiene que reprimir su sexualidad con más fuerza es la mujer, puesto que su papel en la familia es una clave esencial en el mantenimiento del orden social y la prosperidad de la civilización; por ello, el deseo sexual femenino será tratado como una patología cuando no se conforme con ese orden social. Que Erika, una muchacha joven, se avenga a vivir toda su vida sin sexualidad y ello no le provoque, además, ninguna "histeria", que asuma esa vida sin reproches, con resignación era un final creíble y tranquilizador para los lectores de su época.
Tampoco los valores literarios de la novela la colocan entre las mejores de Zweig y mucho menos, entre la mejores de su época. Para empezar, el ritmo de la narración es lento, tedioso y cargante. En parte esto se debe a la forma de catálogo que adoptan los tópicos románticos de atardeceres, sueños y timideces adolescentes, soledades en habitación iluminada por la luna, comunión musical de dos almas gemelas, paseos por sendas primaverales ; hay, además, demasiado déjà vu en todo ello. Se dice del estilo de Zweig, no sin razón, que es elegante y fluido . Sin embargo, en esta novela abusa de la vacuidad florida de los adjetivos, como si la protagonista le hubiera contagiado de su ñoñez .
Además, en nombre de la elegancia y el decoro burgués, el análisis psicológico, presuntamente profundo, se queda en la superficie como la hojarasca; no va a la raíz. Está claro que en cuestiones sexuales para el autor había un universo léxico y mental que le estaba prohibido. Envuelve los hechos con palabras como un algodón envuelve las piedras puntiagudas: todo queda amortiguado y blando. En el mismo sentido, el final feliz es una deplorable concesión al gusto del público. Los finales felices tal vez se den en la vida, cosa dudosa vista en su conjunto; en la literatura, los finales sin resolución feliz no son obligatorios, claro, pero son más verosímiles si partimos del hecho de que la literatura está para plantear los conflictos humanos y es una traición a su misión darle una solución facilona y casi siempre falsa. Sorprende que Zweig admirara tanto a Balzac y no hubiera aprendido nada de Eugenia Grandet, por poner un ejemplo.
En conlusión, El amor de Erika Ewald es una novelita menor de Zweig cuya reedición por la editorial Acantilado entra en su lógica de aprovechar el tirón de ventas que siempre tuvo este autor sin hacer una selección en su extensa e irregular obra.
En conlusión, El amor de Erika Ewald es una novelita menor de Zweig cuya reedición por la editorial Acantilado entra en su lógica de aprovechar el tirón de ventas que siempre tuvo este autor sin hacer una selección en su extensa e irregular obra.
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