jueves, 21 de marzo de 2019

A orillas del Sar, de Rosalía de Castro. Un libro extraordinario para recordar este 21 de marzo

Rosalía de Castro (1837-1885) ocupó desde la publicación de Cantares gallegos (1863)  un lugar de inequívoca importancia en la literatura gallega, tanto que es considerado el libro fundacional de esta. Una segunda obra Follas novas  (1880) no hizo sino afianzar la grandeza de su poesía.
 Algo pasó, sin embargo en la vida de Rosalía de Castro que le hizo renunciar al gallego en su siguiente obra: se habla del  dolor por los ataques recibidos por un mundillo cultural gallego que no le perdonó un artículo en que hablaba de ancestrales costumbres sexuales gallegas, las cuales iban contra la moral burguesa del momento. Sea como fuera, en sus últimos años de vida Rosalía escribirá poesía en castellano. En 1884 aparecen recogidas bajo el título de  A orillas del Sar.  La relevancia de este libro para nuestro Romanticismo tardará mucho en ser entendida. Solo las valoraciones de autores como Azorín o Cernuda permitieron que semejante injusticia se redujera, aunque nunca ha dejado de tratarse a Rosalía  como una segundona en comparación con su contemporáneo Gustavo Adolfo Bécquer. 

Sin embargo, Rosalía de Castro trata con extraordinaria profundidad y belleza los temas del Romanticismo, llevando estos a una expresión más cercana a la angustia existencial que dominará el siglo XX.  Repasemos alguno de esos temas en los que la expresión de Rosalía cobra más intensidad y originalidad.

La exaltación de la naturaleza.

La naturaleza en la obra de Rosalía está  vitalmente unida a sus vivencias; es la de Galicia. Ya había cantado la magia de esos bosques de robles poblados de hadas y de leyendas; también el vínculo de sus alegrías  y tristezas con esos lugares concretos. A la naturaleza volverá una y otra vez intentando que esta apacigüe su angustia, sus pesares, si bien en vano. Ha pasado un siglo desde aquel primer Romanticismo de Wordsworth, cuando la naturaleza tenía el poder apaciguador contra  las angustias del sujeto; aquel tiempo en que  incluso el recuerdo de un paisaje contemplado procuraba al poeta y sosiego, aunque estuviera teñido este de  melancolía. Rosalía lleva el subjetivismo a su extremo: la belleza de la naturaleza no existe per se, su capacidad “curativa” no está en ella: la naturaleza no es sino una proyección del yo, de sus estados de ánimo y nada puede  esta por si sola contra la tristeza.

"Puro el aire, la luz sonrosada,
        ¡qué despertar tan dichoso!
Yo veía entre nubes de incienso,
        visiones con alas de oro
que llevaban la venda celeste
        de la fe sobre sus ojos…
(...)

Ese sol es el mismo, mas ellas
        no acuden a mi conjuro;
y a través del espacio y las nubes,
y del agua en los limbos confusos,
y del aire en la azul transparencia,
¡ay!, ya en vano las llamo y las busco".

….

“Frío y calor, otoño o primavera,
¿dónde..., dónde se encuentra la alegría?
Hermosas son las estaciones todas
para el mortal que en sí guarda la dicha;
mas para el alma desolada y huérfana
no hay estación risueña ni propicia”.

….

"No son nube ni flor los que enamoran;
eres tú, corazón, triste o dichoso,
ya del dolor y del placer el árbitro,
quien seca el mar y hace habitable el polo".

….

La subjetividad y la fragilidad final del yo 

El  Romanticismo es la afirmación  rotunda del yo, no solo como punto de vista sobre la realidad, sino como la verdadera realidad: existe aquello en cuanto es una mirada, un sentimiento, una emoción del yo. Sin embargo, de tanta introspección, de tanto mirar lo de fuera como algo que no es sino  lo de dentro, al yo romántico le empezó   a pasar como aquel que busca el núcleo de un cebolla y solo encuentra capas o,  más exactamente, descubre que es inconsistente, cambiante y efímero  como una nube. Después de haber desautorizado las verdades de la razón que hablaban de un mundo sólido y las de la religión, que hablaba de un mundo garantizado por Dios,  el romántico tenía que acabar topando con este problema. Así dice Rosalía desesperada:

“Creyó que era eterno tu reino en el alma,
y creyó tu esencia, esencia inmortal,
mas, si sólo eres nube que pasa,
ilusiones que vienen y van,
rumores del onda que rueda y que muere
y nace de nuevo y vuelve a rodar,
todo es sueño y mentira en la tierra,
¡no existes, verdad!”

El ansia de infinito y de eternidad

En el  mundo del que, como decía Schiller,  habían sido expulsados los dioses, todo se vuelve sombras, todo está desencantado. La obsesión por lo infinito o por la eternidad de los románticos no es sino esa añoranza de un tiempo sin consciencia humana de su finitud. Para intentar recuperarlo el romántico se vuelve a la naturaleza, al cosmos como garante de esa eternidad.  Así lo vemos en la Oda a un ruiseñor de Keats o en Canto nocturno de un pastor errante en Asia, de Leopardi.  Rosalía de Castro da un paso más: lo efímero, lo limitado, lo caduco es común al ser humano y a la naturaleza toda, incluida, la luna, sí, la luna amada del poeta. También a ella le espera la muerte, el final. No sin rabia y amargura dice la poeta:

“Muda la luna y como siempre pálida,
mientras recorre la azulada esfera
seguida de su séquito
de nubes y de estrellas,
rencorosa despierta en mi memoria
yo no sé qué fantasmas y quimeras.

Y con sus dulces misteriosos rayos
derrama en mis entrañas tanta hiel,
que pienso con placer que ella, la eterna,
ha de pasar también”.

El sinsentido de la vida, la orfandad absoluta del ser humano

En pocos poetas románticos  llega a ser tan doloroso  el grito  por ese mundo que ha perdido el  sentido, por esa vida sin asideros trascendentes, por la soledad irremediable del hombre. ¡Cómo recuerda este grito al que darían después autores como Unamuno o como Blas de Otero!:

“¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana
con sus ecos responde a mis gemidos
desde la altura, y sin esfuerzo el llanto
baña ardiente mi rostro enflaquecido.
¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan solo
lo puedes ver y comprender, Dios mío!

¿Es verdad que los ves? Señor, entonces,
        piadoso y compasivo
vuelve a mis ojos la celeste venda
de la fe bienhechora que he perdido,
y no consientas, no, que cruce errante,
        huérfano y sin arrimo,
acá abajo los yermos de la vida,
más allá las llanadas del vacío".

La poesía, el poder de la palabra poética

El Romanticismo no solo pondrá en el centro de la poesía el  yo sino al poeta y a la poesía. Para el poeta romántico la poesía es la depositaria de la verdad, su desveladora y no la ciencia o la razón. En el poeta habita esa poesía sin palabras, porque el poeta lo es  antes de escribir, incluso sin escribir. El problema está en que las palabras, como decía Bécquer, son “un mezquino idioma” un frágil continente para un extraordinario contenido: está la Poesía y están los poemas. Los poemas intentan llegar a ser Poesía y esa es la lucha del poeta, infundir la chispa divina a la palabra. Como decía Höldelin en las Parcas, le bastaría haberlo conseguido una sola vez para morir contento: “...si logro plasmar lo más querido y sagrado, el poema, ¡bienvenidos seáis, silencios de las sombras!”.

Así lo dice Rosalía de Castro, en versos que tanto recuerdan a otros de Bécquer:

“Recuerda el trinar del ave
y el chasquido de los besos;
los rumores de la selva,
cuando en ella gime el viento,
y del mar las tempestades,
y la bronca voz del trueno;
todo halla un eco en las cuerdas
del arpa que pulsa el genio.

Pero aquel sordo latido
del corazón que está enfermo
de muerte, y que de amor muere
y que resuena en el pecho
como en bordón que se rompe
dentro de un sepulcro hueco,
es tan triste y melancólico,
tan horrible y tan supremo,
que jamás el genio pudo
repetirlo con sus ecos".



Fouché. Retrato de un hombre político, de Stefan Zweig

Fue Stefan Zweig un escritor de grandes aciertos en todos los géneros en que escribió: la novela corta (Novela de ajedrezAmokVeinticuatro horas en la vida de una mujer), la novela (La impaciencia del corazón), las memorias ( El mundo de ayer), el ensayo ( Momentos estelares de la humanidad) y en las biografías. En estas últimas nos desvela tanto a grandes personajes de la cultura ( Nietzsche, Hölderlin, Balzac, Dostoievski…) como de la historia política. A este último grupo pertenece Fouché.  Zweig prefería no centrarse en el héroe o figura central de un periodo, sino dar a conocer el periodo de manera que podríamos llamar más  “lateral”. En vez de centrarse en Luis XVI, elige a su esposa María Antonieta; en lugar de Lutero, a Erasmo de Róterdam; en lugar de Robespierre o Napoleón,  a Fouché. 

En el estudio de Fouché, Zweig retrata al hombre político por excelencia; el animal político cuyo patrimonio es la información, la sangre fría, la falta de escrúpulos, la paciencia incombustible  y el instinto para olfatear los cambios de ciclo y empujarlos, protegiéndose siempre hasta que se decanta la victoria hacia un lado. Fouché encarna por ello mismo todos los periodos de la Revolución francesa: forma parte de la Asamblea Constituyente y Legislativa, atraviesa la Convención basculando del poder de los girondinos a los jacobinos, olfatea el final de Robespierre y lo organiza en la sombra, se hace imprescindible para el Barrás del Directorio, se convierte en imprescindible para  Napoleón tanto en el  Consulado como en Imperio y, por último, facilita el retorno de los Borbones, si bien la fortuna de Fouché se eclipsa con ellos. 

Zweig, con mano magistral, retrata las pasiones que están en juego sin faltar al rigor histórico, y consigue un retrato vivo de Fouché sin que este llegue a resultar monstruoso al lector, siempre sorprendido por la falta de ideología de este personaje cuyo único instinto era estar al lado del vencedor y servirlo siempre en una medida que no perjudicara su inevitable cambio de bando y su propia supervivencia. Así vemos las metamorfosis de Fouché: oscuro profesor en un seminario, moderado con los girondinos, terrorífico con los jacobinos,  más astuto que el astuto Napoleón… La verdadera pasión de Fouché era la intriga en la sombra para la cual desplegó una inteligencia quizá solo igualada por su contrincante en las bambalinas del poder, Talleyrand.

miércoles, 27 de febrero de 2019

LAS MANOS DE MI MADRE, DE KARMELE JAIO

Las manos de mi madre, novela corta de Karmele Jaio, está escrita en primera persona y narra unos días en la vida de Nerea. El eje narrativo es el ingreso de la madre de la protagonista en el hospital, aquejada de alguna dolencia mental que le ha arrebatado casi toda la memoria. Esta situación  hace que cobren fuerza, por una parte, recuerdos de un pasado no resuelto en la relación madre-hija e  historias del pasado juvenil de la madre; por otra, complica la vida de Nerea, a la que su trabajo de periodista ya hace años  deja sin tiempo para ver a su hija, para estar con su marido, para quedar con su amiga Maite... Solo gracias a su tía materna, Dolores, y a su hermano Xabier,  puede hacer frente, aunque sea en el límite de sus fuerzas, a la nueva situación. Karmele Jaio, además, añade un hilo argumental  sobre la relación de Nerea y su marido inglés, así como el recuerdo traumático de Carlos, un joven que la abandonó de un día para otro sin mediar palabra. En realidad, crea un paralelismo entre el secreto de  madre e hija.

La novela, a pesar de su amenidad y de tocar temas en los que gran parte de las mujeres de clase media  se pueden reconocer, es una novela mediocre. Los personajes no llegan a tomar una entidad que escape del tópico, de lo esperable, de lo previsible. En la trama se plantean bastante bien  los fantasmas del pasado de la madre  de la protagonista y los propios fantasmas de esta; sin embargo, cuando llega el momento del clímax, la autora se escurre con un par de escenas  poco creíbles, rápidas...tan rápidas que el lector puede preguntarse a qué viene  tanto planteamiento para tan flojo desenlace.

En la traducción al castellano (el original está en euskera) el estilo se resiente mucho. Quizá, en vez de la propia autora, hubiera sido aconsejable que fuera un profesional quien la hubiera traducido. Karmele Jaio utiliza un castellano pobre, inexpresivo, en el  que la lengua del original   emerge una y otra vez. 

En definitiva, una novelita para pasar un rato agradable y darse de bruces con los problemas de las mujeres profesionales  vascas que rondan los 35 y tienen hijos que apenas ven, trabajos que las agobian, maridos que ya no las apasionan, recuerdos que les obsesionan y padres mayores que, cuando enferman gravemente, hacen que el mundo casi se hunda. Un momento muy apropiado para que los fantasmas, propios o familiares, hagan más ruido que nunca.



lunes, 4 de febrero de 2019

El secreto de sus ojos de Eduardo Sacheri

Benjamín Chaparro, funcionario de Justicia,  llega al día de su jubilación con el deseo de no convertirse en uno más de esos viejos que no saben con qué llenar sus días, y se los pasan de visita a su antigua oficina. Decide escribir una novela, y como no le da la imaginación para inventar la historia, echa mano de un caso que le afectó especialmente treinta años atrás:  el caso del asesinato de una joven cuyo viudo la amaba hasta la desesperación. La resolución real del caso no llegará sino treinta años después de haber ocurrido el crimen, aunque  Chaparro, Sandoval y Báez lo habían dado por cerrado mucho antes. 

Sacheri crea con habilidad la trama con bien distribuidos  clímax  para que el interés no decaiga. Elige un detective creíble que conserva de los clásicos su amor a la verdad y al trabajo bien hecho, una ética superior a la del medio, un carácter introvertido, lleno de dudas. El lector lo siente cercano y confiable. La segunda trama, la amorosa, pese  estar unida  a la fundamental  muy colateralmente no hace el efecto de  ser un pegote. Nos permite conocer mejor al detective y seguir una historia de amor que en nuestro mundo de citas rápidas por Wathsapps parece increíble: esa historia de amor platónico transcurre entre adultos durante décadas.
Los personajes  están bien diseñados, especialmente Sandoval y Báez, y desde luego, los personajes clave de la novela: el asesino y el viudo.

En cuanto al espacio en que transcurre la acción, Sacheri  ha conseguido  meternos en Buenos Aires y en sus oficinas mal equipadas, en sus calles acechantes  y en las casas humildes de la clase media bonaerense; en cuanto al tiempo histórico, sentimos el aire siniestro de la historia cuando ya no se trata solo  de la arbitrariedad burocrática crónica y  la corrupción endémica de las estructuras judiciales, sino de  la violencia  política siniestra que se ha  apoderado de la vida de los argentinos. Es precisamente esa irrupción de la violencia política la que enreda insospechadamente la trama.

Una novela, en fin, recomendable para pasar unas horas de lectura amena.

domingo, 3 de febrero de 2019

Azul serenidad o la muerte de los seres querido de Luis Mateo Díez

Quien ha leído algo de  la narrativa de Luis Mateo Díez conoce su escaso gusto por el tono del yo íntimo de la primera persona. Así que al acometer el reto de hablar de algo tan personal e intransferible como el duelo por la pérdida de dos seres queridos, el esfuerzo ha tenido que ser notable.  Ese esfuerzo se nota en el estilo de la obra. No me cuesta nada imaginar a Mateo Díez suprimiendo palabras, acortando la oración, sopesando el uso de cada término, como quien teme caer en el sentimentalismo, pero también en la sequedad emocional. El tono es de una contenida emoción que nunca cae en el exhibicionismo ni en el impudor. Este libro, escrito, parece, como búsqueda de un consuelo imposible y de un homenaje posible,  busca singularizar ese dolor que se puede parecer al de muchos de los que viven un duelo, pero que es, lógicamente, diferente. 

Desde luego, quien busque un libro de autoayuda, que se olvide: en el balance entre el dolor y  la aceptación, lo que pesa irremediablemente para siempre es el vacío dejado. Vivir  con las ausencias no es un aprendizaje es el resultado de que el tiempo sigue, la rutina debe imponerse, aunque ya nada pueda volver a ser igual. 

El empeño en que ha salido victoriosos Mateo Díez es en el de transmitirnos su cariño por esos dos seres que se le fueron: su sobrina Sonia, una joven fotógrafa  que puso fin a su vida en una de sus crisis, y su cuñada Charo, a quien arrebata la vida una enfermedad inmisericorde en un mes. Entre la muerte de una y otra transcurren seis meses, sucesión que anonada el ánimo más estoico.

Esas dos muertes le llevan al escritor a la convocatoria de otras sombras del pasado, otros seres queridos (padres y tíos)  que se fueron y que solamente en las palabras del escritor pueden mantener algo de lo que fueron en este mundo: Aquí el tono del narrador es más nostálgico que doliente.  Esas  ausencias son las previstas por el decurso de la vida mientras que las de Sonia y Charo son una traición a lo que la vida creemos que nos tiene casi asegurado. La rebelión contra ese poder tan arbitrario sea quizá el origen de la necesidad de hacer a nuestros seres queridos, como decía Delphine de Vigan, una tumba de papel.







Las últimas cartas de Jacopo Ortis de Ugo Foscolo: el romántico que hay en nosotros

Las últimas cartas de Jacopo Ortis de  Ugo Foscolo (1778-1827) revela las influencias de dos grandes obras del Romanticismo europeo:  la Nueva Eloísa de  Rousseau ( de hecho, de él  tomará Foscolo el nombre de su protagonista) y  Las penas del joven Werther de Goethe. De esta última  toma, entre otros muchos aspectos, el modo epistolar: Jacopo ("alter ego" del propio Foscolo) se dirige a su amigo Lorenzo, que se convierte así en el modelo del lector universal que busca el autor romántico: un lector comprensivo, empático, colaborador. 

La novela de Foscolo funde algunas de sus experiencias vitales (políticas y amorosas) con la cosmovisión romántica de la época. El tono de toda la obra es el  de la angustia de un joven investido de los ideales de la libertad y del amor puro y espiritual... ideales que, en última instancia, son irrealizables.  Foscolo/ Jacopo  cae en el mismo desengaño que tantos otros románticos: en cuanto el ideal entra en contacto con la realidad, se degrada, se pervierte, se vuelve su contrario. Hay un pesimismo histórico  que recuerda una y otra vez a Hobbes: los que un día fueron esclavos y se convierten, tras la lucha, en señores, vuelven a esclavizar a  otros seres humanos. Foscolo, admirador de los héroes del pasado glorioso de Roma, admite, sin embargo, que estos fueron también tiranos que invadieron a pueblos y les robaron su libertad. Esas transmutaciones las vivió Foscolo intensamente con la figura de Napoleón, a quien en un primer momento vio como un libertador y, después, como un tirano. No obstante, la necesidad de luchar por la unidad de Italia fue para él, hasta su muerte, un ideal irrenunciable cuya realización obstaculizaban, sobre todo, los propios italianos. 

El ideal del amor sigue un esquema muy parecido al que le dio Goethe en Las penas del joven Werther: el amor puro se vuelve irrealizable porque entre los enamorados se erigen los intereses materiales y sociales que no pueden vencer: el personaje del futuro marido, sin embargo,  no se representa como alguien repulsivo, sino como parte de un engranaje social que le favorece, pero que él no ha puesto en marcha.  Por lo tanto, no hay un odio personal contra el marido, que tampoco tiene una actitud de hostilidad hacia el amante, al que más bien compadece. Se rompe así  el típico triángulo amoroso de las historias de marido, mujer y amante en que el tema era la venganza del marido por el honor ultrajado por la mera intención del amante.

En  la novela de Foscolo volvemos a encontrar a la naturaleza como refugio para los enamorados, en alguna ocasión, pero, sobre todo, como refugio contra la angustia vital del personaje. La naturaleza, sin embargo, no alcanza en la obra del italiano, la belleza casi mística con que la retrata Höldelin. La naturaleza es, eso sí, el todo al que se reintegra el cuerpo del poeta, pero en Foscolo, esa naturaleza también es la nada, el vacío, la ausencia perpetua. No hay consuelo panteísta. La desaparición última, el olvido total, no es un aspiración  de Jacopo Ortis: su existencia de alguna manera, piensa, quedará asegurada mientras alguien mire su tumba, llore sobre ella. La tumba se convierte así en un monumento a la memoria sentimental.  Al final, Ortis, deseará que esa tumba no esté en el camposanto cristiano, sino bajo unos pinos, en la naturaleza, fuera de la comunidad de los muertos que respetaron el mandamiento de no quitarse la vida. El suicidio, para el romántico, se convierte en el acto supremo de su libertad cuando no  la encuentra  en este mundo tal y como cree que debe ser. Ni siquiera el amor  está por encima de este acto, que es a la vez rendición y victoria.

A los lectores actuales  el estilo de Foscolo, exaltado, emocional, retórico puede resultarles algo pasado de moda, artificial. Pienso, por el contrario, que en una  época de crisis tan tremenda  como la nuestra, estos románticos tienen muchos que decirnos. Yo disfruto de este lenguaje arrebatado, emocional, sin complejos y sin vergüenza.




lunes, 28 de enero de 2019

CARA DE PAN, DE SARA MESA: UNA MASA A MEDIO HACER





No hay escaparate de librería en el que falte Cara de Pan, de Sara Mesa. Siempre le cabe a uno la sospecha de que, a más de los méritos de la escritora, hay detrás un potente trabajo de mercadeo, como lo llaman los argentinos. Es precisamente esa sospecha la que me había hecho dudar a la hora de leer esta novela breve. Mi impresiones, tras su lectura, son ambiguas. La novela tiene bastantes fortalezas y algunas debilidades.

Empecemos por las fortalezas: Sara Mesa se atreve con una historia que puede resultar muy espinosa y sale bien parada del atrevimiento. La relación entre una niña y un viejo está vinculada en el imaginario literario a Lolita y  a las noticias periodísticas sobre abusos a menores. Mesa juega con esa tensión heredada; sin embargo, la historia está escrita con claves muy diferentes: sus dos personajes, la niña Casi y el  Viejo, son dos desarraigados de un mundo donde no encajan, y  que se encuentran por casualidad en un rincón "secreto" del parque. La relación toma un rumbo inesperado, aunque su colapso traumático sobrevuela continuamente la narración. ¿En qué consiste esa relación entre Casi y Viejo? La respuesta a eso es el motivo por el merece la pena leer la novela.

Sara Mesa se ha propuesto romper con esquemas preconcebidos y con tópicos, y solo lo ha conseguido a medias. En la creación del personaje del Viejo es brillante: vemos, sentimos, nos creemos a ese personaje; casi esperamos  encontrarlo por el parque de nuestra ciudad.  La primera debilidad de la novela es la creación del personaje de Casi, que es  un poco más estereotipada, más previsible de lo deseable, aunque Mesa haya hecho un gran esfuerzo por salirse de lo trillado. Donde falla estrepitosamente la autora es en los personajes secundarios: topicazos sobre los docentes de Casi, topicazos sobre los psicólogos de Viejo, topicazos sobre los padres de la adolescente.  

Se nota en la novela que Sara Mesa ha hecho un gran esfuerzo por encontrar el tono y el ritmo narrativo adecuados. Lo consigue en las 100 primeras páginas: terso y tenso, el tono y el ritmo nos avisan de que nos precipitamos a un conflicto que no crean los personajes sino la mirada exterior que los va a juzgar. El lector sabe que un conflicto grave espera agazapado detrás de algún arbusto. Pero... Sara Mesa le esmotea al lector la parte  de más interés: el desarrollo del conflicto. Es como si no hubiera tenido fuerzas para llevarnos a la ciénaga en la que embarrarán a la adolescente y al viejo. Así que hace una gran elipsis para llevarnos al desenlace. A Mesa le faltan tablas para  desarrollar esa parte donde sí que explotan los estereotipos y la sociedad se muestra vengadora. Claro, se hubiera perdido el tono ligeramente lírico de la narración... El final es, pues, decepcionante, propio de una autora que aún no tiene maestría para mantener el tipo en los episodios de fuerte conflictividad de la historia.

En resumen, es una novela que me merece la pena ser leída, sobre todo, porque sus aspectos brillantes auguran a una gran escritora.

domingo, 27 de enero de 2019

Nada se opone a la noche, Delphine de Vigan

Delphine de Vigan encuentra a su madre muerta de una muerte que no parece natural. Ese es el detonante de su deseo de reconstruir la vida de su familia con el propósito prácticamente irrealizable del entender el desenlace.

En la investigación de la vida de los suyos utilizará varios materiales: sus propios recuerdos, las versiones de los hechos de  sus tíos, las grabaciones de caste de su abuelo, las cintas de vídeo tomadas en las vacaciones…

La obra también es una reflexión sobre el hecho mismo de escribir, de transformar palabras y hechos del pasado en literatura,  de las limitaciones del recuerdo, de su falta de certeza absoluta, de la incapacidad del lenguaje de desvelar el hecho puro o dar con  la explicación inequívoca.

En su indagación familiar, la narradora se enfrenta a secretos de difícil manejo narrativo y de difícil interpretación. Es en el desvelo de esos secretos donde la narración alcanza su clímax narrativo; otros momentos de la novela son una acumulación  a modo de torrente de anécdotas y descripciones que pueden llegar a cansar al lector. Se comporta Delphine de Vigan como esos buscadores de oro que para encontrar una pepita tienen que remover toneladas de tierra. Sin embargo, a veces se le va la mano a la autora con ese remover de  territorios del recuerdo: hay terrenos que son estériles. Todo narrador sabe que en el proceso de escribir es importante el acto de desechar. Delphine de Vigan abusa indagando hasta el detalle nimio a ver si en él encuentra la clave de la vida de su madre, de su familia. Al final, le ocurre como al personaje de Peer Gynt, de Ibsen: buscando el meollo de su personalidad, su yo auténtico, va examinándola capa tras capa como si fuera una cebolla, pero encuentra que el meollo no es sino una capa más.Nunca se llega al fondo de nada ni a la explicación última ni a la causa primera.

La novela me ha parecido como esas cajas rebosantes de fotografías con las que hay que hacer un álbum que recorra  una historia; pues bien, a la novela de Delphine le sobran muchas fotos que poco añaden a su comprensión; le sobran muchas páginas.







martes, 22 de enero de 2019

Léxico familiar, de Natalia Ginzburg: una novela tediosa

Acabo de leer Léxico familiar. Mi lectura había sido precedida de varias recomendaciones personales y de elogiosas reseñas. Tanto elogio me causa  un cierto rubor a la hora de escribir esta reseña, y es que  la obra de Natalia Ginzburg me ha aburrido, y me ha parecido una novela mediocre:   no recuerdo ninguna otra novela que me haya provocado tal tedio, y llevo décadas leyendo novela. Quizá haya influido el hecho de que hace unas semanas leí  La conjura contra América, de Philip Roth, y que soy una rendida admiradora de Si esto es un hombre, de Primo Levi, una víctima del fascismo, tema del que también trata la Ginzburg. 

Léxico familiar  me ha  provocado el  mismo tedio de  una larga llamada telefónica en que una conocida  te mantiene a la escucha cinco horas para contarte su vida sin ahorrarte ningún detalle  que recuerde, solo por eso, porque lo recuerda.  Algunos de ustedes lo habrán vivido alguna vez: una narración llena de pasajes anodinos  que solo interesan a la comunicante, mientras  el sufrido oyente se  pregunta cuándo contará algo que además de interesarle a ella, le interesa también a él.  Imaginen a esa  amiga  quejándose de que la vecina del cuarto siempre pasa la aspiradora a las cinco de la mañana, de que su marido se echa ventosidades  en público,  de que al pan muy blando  en su familia lo  llaman "yoyitas", de que ha ido al dentista y se ha encontrado con Jaime, y  que Jaime es cuñado de Marisol... de que está preparando una muda de calzoncillos para llevársela a su  Ramón, que está en la cárcel, ¡ah! y que se le olvidaba, el tabaco ha vuelto a subir. 

 Otra de las analogías que me ha venido a la mente  mientras padecía la narración de la Ginzburg  es la siguiente: imaginen la casa de unos padres; ellos han muerto, y su hija tiene que vaciarla. Los objetos que hay en la casa familiar están llenos de recuerdos... para la hija: transmitir interés a otros por esa porcelana quebrada,  por el platito donde comía la abuela, por el sofá donde se dormía Paquito, por  el tenedor con el que Luisito jugaba a espadachín,  por las sábanas que bordó la bisabuela... solo lo consiguen los escritores que saben darle a lo particular significado  universal y que saben que no todo material es narrativamente relevante. Para suscitar interés por nuestras pequeñas vidas,  se necesita ser un genio, o al menos, tener talento.

 Tercera analogía: escribieron un diario y  lo leen al cabo de los años: es su vida,  pero algunas páginas se las saltarán, creanme,  porque incluso  para ustedes carecerán de interés. Otras hojas los emocionarán simplemente porque eso les sucedió  a ustedes. Si el propósito de Ginzburg era  despojar  a la narración  de  la profundidad y relieve que parecen darle muchos autores... enhorabuena, lo ha conseguido. Que la mayoría de las vidas, en realidad, carecen de argumentos arrebatadores  y no son sino una suma desarticulada  de detalles que vamos olvidando, Ginzburg  lo hace sentir a la perfección, pese a que ella le tocó vivir una etapa histórica que sí hizo reflexionar  a otros sobre el sentido de la vida y sobre nuestra conexión con el devenir histórico. El  paso del fascismo por la vida de estos personajes tuvo que ser significativo, sí, pero no basta con decirlo, con enunciarlo, hay que recrearlo. He leído recreaciones de peleas callejeras que transmiten mucha más verdad que la de  la madre de Ginzburg cuando los fascistas arrestaban a amigos y familiares.

En cuanto al estilo, sin duda, está en la línea de los escritores que abandonan " los artificios" y "el efectismo". Dicen que esta autora logra una aparente sencillez, que lleva mucho trabajo. Opino que lo que consigue, más bien,  es un estilo plano, monótono,  anémico, sin pulso. 

Por lo que ido leyendo en internet, sé que esta opinión mía es minoritaria. Sin embargo, desde hace algunos años,  me importa cada vez menos  disentir de la consideración de obra maestra de la que gozan tantas novelas hoy día y que, probablemente, dentro de cincuenta años,habrán caído en el olvido.




domingo, 20 de enero de 2019

Hiperión, de Hölderlin o la desazón romántica

Hiperión, de Hölderlin es una de las joyas del Romanticismo. No muy leída en España, se ha quedado como una reliquia para estudiosos, o esa es mi impresión.  Al lector contemporáneo, a quien  ni siquiera el realismo sucio le parece sucio, obras como la de Hölderlin le suelen  de un idealismo desmesurado. Sin embargo, Hölderlin recoge en esta obra muchos de  los síntomas de la gran crisis de la Modernidad. El Capitalismo iniciaba su paso triunfal armado de la ciencia y la razón, que enseguida puso al servicio de la técnica, que tendría que estar al servicio de la creación de beneficios económicos de una élite. Quienes no entraran en esa dinámica, sobraban; los poetas fueron expulsados de la república, no porque  hicieran copias de copias, como decía Platón, sino por todo lo contrario: porque de sus obras no se vendían suficientes. Viendo cómo la naturaleza se convierte en fuente de recursos económicos y se la explota sin misericordia; viendo cómo el ser humano no es más que mano de obra, y se lo explota sin misericordia; viendo como el arte no es más que una mercancía más que ha de someterse a las leyes de mercado...los poetas presentan los primeros el mal de siglo que luego se extenderá por todas las capas hasta llegarnos al tuétano. 
Estos son esos rasgos del Romanticismo que, en mi opinión, pueden encontrar en Hiperión  y que todavía nos dicen muchos de nosotros.

1.El rechazo al racionalismo     Como tantos otros románticos, en Hiperión, Hölderlin  advierte de que la razón no lo puede todo, que la inteligencia no hace siempre el mundo inteligible. El poeta accede a otra comprensión que nos es más  necesaria que la que da la razón.  Habla ya desde el presentimiento de que la razón instrumental, puesta al servicio del economicismo arrumbará la voz del poeta, lqa situarán en los márgenes de la sociedad, la desprestigiará como inútil, o como aperitivo y ornamento de las  fiestas burguesas. Se convertirá en el mendigo de esa sociedad: “El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona”

2.La soledad. El tema de la soledad era prácticamente inexistente como problema vital antes del Romanticismo. Cierto que el malestar con la vida urbana  y las épocas conflictivas había dado ya en la Antigüedad el tópico de la vida retirada, de la huida al campo, de la bucólica contemplativa. Sin embargo, es con los románticos con quienes la soledad es un sentimiento de escisión. Con ellos, el tema de la soledad es el síntoma de una sociedad que va a hacer de la alienación ( de sí mismo y de los demás) un tema recurrente. La soledad, por un lado, se exalta como el momento más profundo de la introspección subjetiva y de comunión con la naturaleza,convertida en nueva divinidad. Höldelin, en Hiperión, a su vuelta a Alemania habla de la soledad del hombre que no encuentra comunidad entre otros hombres ; al final,  presenta la  soledad humana que se consuela en el panteísmo, en el sentimiento de que  el uno y el todo son lo mismo y, por lo tanto, vivos y muertos, presentes y ausentes forman parte indestructible de la Naturaleza, del Universo.

3.La naturaleza bella, sublime, fuerza del alma, compañera del enamorado, fuente de inspiración, refugio contra la angustia. Muchos de nuestros sentimientos y nuestra visión sobre la naturaleza los hemos heredado de los románticos. Hölderlin es uno de esos poetas que la diviniza con tal sinceridad que conmociona. Hay momentos en Hiperión que recuerdan a Keats, ese magnífico poeta inglés que hizo de la contemplación de una arbusto un momento religioso.

 4.El individualismo y el deseo de comunión social. El Romanticismo es el reinado del YO. El punto de vista desde el que todo se filtra. Ese subjetivismo ha quedado en nuestra cultura y para colmo la ciencia  hasta  antes de la física cuántica tan objetiva afirma que no se puede separar sujeto de objeto en la investigación científica. En Hiperión tenemos a un individuo en busca de su plena realización humana ( que para Höldelin es lo mismo que decir divina) a través de cinco  valores fundamentales indisolubles: el amor ( Diótima), la lucha por la libertad ( Grecia), la comunión con la naturaleza, el amor a la belleza ( en sus varias expresiones, entre ellas, la propia poesía), la comunión con la humanidad. El Romanticismo pondrá de relieve una y otra vez la difícil dialéctica entre individuo y sociedad. Hiperión acaba desencantado de la comunidad de hombres libres que luchaban en Grecia y se refugia en la naturaleza.

5.El amor y la muerte Como queda dicho, uno de los ejes temáticos de Hiperión es el amor. Diótima es el amor espiritual y puro; su sino es trágico pese a la voluntad de los amantes. En el Romanticismo cuando no es es alguna norma o ley autoritarias es la muerte la que se alza como el gran obstáculo. Claro que la muerte, dado el panteísmo romántico de Höldelin, no es el final. Los amantes quedarán otra vez reunidos porque cada ser  es parte de un todo eterno: “Todo lo que se separa vuelve a unirse”.

6.La lucha por la libertad de los pueblos oprimidos.   Recordemos a Byron; recordemos a Ugo Foscolo. Muchos románticos se entusiasmaron con luchas que hoy llamaríamos de liberación: las de Grecia, las de Italia...  En esas  luchas contra la tiranía, no pocos acabaron como Hiperión: espantados de que quienes luchaban  por la libertad acabasen  con el mismo comportamiento de aquellos contra los que luchaban.  Ocurrió como ya le pronosticó Diótima: después de conquistar la libertad muchos olvidan para qué la conquistaron. Hiperión pierde la fe en la comunidad de seres humanos libres;  el desengaño depresivo forma parte de las reacciones emocionales de muchos románticos y de sus personajes. Fueron los primeros en advertirnos de que tuviéramos cuidado con el idealismo revolucionario, que utiliza los mejores corazones y las mejores mentes para aupar, en muchos casos, a la escoria oportunista. Aun peor, quienes empiezan con ideales nobles pueden acabar con comportamientos inmundos.

7.El mundo griego   Pese al innegable amor que Höldelin muestra en muchos de sus poemas hacia Alemania, es indudable que su mundo ideal estaba en la Grecia antigua, la de los héroes homéricos, la de los artistas sublimes; un mundo al que la belleza le era connatural. Alemania es el reino de la mediocridad, del utilitarismo ramplón, de la mentalidad cobarde… 

Lean Hiperión con calma, con delectación. Piensen que quizá el dolor y la angustia  que  se respira en  la obra lo hayamos vulgarizado,  nos parezca retórico, como tantas otras cosas del Romanticismo, pero que,  por debajo de nuestro escepticismo,  laten muchas de esas  aspiraciones y desengaños.  Toda crisis, y no cabe duda de que  en nuestros días estamos viviendo una tremenda, nos devuelve a la desazón romántica del desencantado Hiperión.









martes, 15 de enero de 2019

NOVELAS LATINOAMERICANAS DE NUESTROS DÍAS




Pasó el boom de la novela latinoamericana en España, aunque tras él  nos hayan quedado  para siempre sus autores: Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Juan Rulfo, Vargas Llosa, Alejo Carpentier y tantos otros. Sin embargo, parece que hoy se impone por goleada la novela anglosajona en nuestros mercados. No hay más que  ver las 100  recomendadas por Amazon  como imprescindibles: todas en inglés. Bueno sería que nos interesáramos más por la novela que se escribe en tierras de habla hispana, aunque solo fuera por degustar nuestra idioma de primera mano y no de segunda, en traducciones. Aquí les adelanto una lista de novelas que me han ido sugiriendo algunos miembros de El club de los libros perdidos. Espero que con su ayuda se vaya completando esta lista de sugerencias.
  • ARGENTINA
  1. Samanta Schweblin  Pájaros en la boca, Ed. Lumen
  2. Federico Falco, Un cementerio perfecto, Ed. Demipage
  3. Eduardo Sacheri, La noche de la Usina, Alfaguara
  4. Carlos Gamerro, Las islas Ed. Edhasa
  5. Martín Caparrós, Los Living  Ed. Anagrama
  6. Gabriela Cabezón Cámara, La Virgen Cabeza
  7. Jorge Luis Sagrera, El talón de Esaú,
  8. Rita  Laura Segato, Ed. traficantes de sueños 
  9.  Pablo Ramos El origen de la tristeza,  Ed. Malpaso
  10.  Selva Almada,  Chicas muertas, Ed Random House
  11. Claudia PiñeiroTuya Ed Alfaguara
  12. Sergio Olguín, La fragilidad de los cuerpos, Tusquets
  13. Fernanda García Lao, Muerta de hambre, Ed. El cuenco de plata
  14. Guillermo Martínez Crímenes Imperceptibles
  • BOLIVIA
  1. Edmundo Paz Soldán, Los vivos y los muertos, Alfaguara
  2. Juan Pablo Piñeiro, Cuando Sara Chura despierte
  3. Homero Carvalho, Santo Vituperio
  4. Sisinia Anze, El abrigo negro
  5. Liliana Colanzi,  Nuestro mundo muerto
  • CHILE
  1. Isabel Allende: Más allá del invierno, Plaza & Janes
  2. Diamela Eltit, Umar,  Seix Barral
  3. Lina Meruane, Fruta podrida, Ed. Eterna Cadencia
  4. Rafael Gumucio, El galán imperfecto ED. Random House
  5. Marcela Serrano, Diez mujeres
  • COLOMBIA
  1. Germán Castro Caycedo: Que la muerte espere  Ed. Planeta Colombia 
  2. Mario Mendoza: Satanás, Seix Barral
  3. Héctor Abad, El olvido que seremos, Seix Barral
  4. Piedad Bonnett,  Lo que no tiene nombre,  Alfaguara
  5. Julio Gabriel Vásquez, Los informantes, Alfaguara
  6. Laura Restrepo, Delirio, Alfaguara
  • COSTA RICA
  1. Carlos Cortés Zúñiga, Larga noche hacia mi madre,  Alfaguara
  2. Fernando Contreras Castro, Cierto azul, Amazon
  • CUBA
  1. Leonardo Padura: El hombre que amaba a los perros, Ed. Tusquets
  2. Alberto Guerra Naranjo,  La soledad del tiempo
  3. Pedro Juan Gutiérrez El Rey de La Habana
  4. Aida Bahr, Las voces y los ecos 
  5. Carlos Manuel Álvarez, Los caídos
  • ECUADOR
  1. Santiago Páez, Crónicas del breve reino
  2. Eliécer Cárdenas, Raffles, manos de seda
  3. Solange Rodríguez, La primera vez que vi un fantasma
  4. Javier Vásconez, El viajero de Praga  Ed. Pre-textos
  • EL SALVADOR
  1. José Roberto Cea, La generación comprometida 
  2. Alfonso Quijada Urías, Lujuria tropical
  • GUATEMALA
  1. Héctor Gaitán, Cuentos de muertos y cementerios Librería Artemis
  2. Arnoldo Gálvez Suárez, Puente Adentro, Ed. F&G
  • HONDURAS
  1. Horacio Castellanos Moya, Moronga, Ed. Random House
  2. Ramón Amaya Amador, Pasión verde
  • MÉXICO
  1. Elmer Mendoza, Balas de plata  Ed. Tusquets
  2. Gonzalo Celorio, El viaje sedentario Ed. Tusquets
  3. Juan Villoro, Arrecife, Anagrama
  4. Cristina Rivera GarzaLa cresta de Ilión, Tusquets
  5. Jorge Volpi, Una novela criminal, Alfaguara
  6. Guillermo Fadanelli Hotel DF   Ed. Random House
  7. Guadalupe Nettel Después del invierno Ed Anagrama
  8. Álvaro Enrigue Ahora Me Rindo Y Eso Es Todo  Ed. Anagrama
  9. Julián Herbert  Tráigame la cabeza de Quintin Tarantino E. Penguin Random House
  10. Xavier Velasco, Diablo guardián, Alfaguara
  11. Tryno Maldonado  Temporada de caza para el león negro Anagrama
  12. Paco Ignacio Taibo II El olor de las magnolias, Ed.Planeta
  13. Elena Poniatowska La piel del cielo, Alfaguara
  14. Laura Esquivel  Malinche  Ed. Debolsillo
  15. Ángeles Mastretta, La emoción de las cosas  Ed. Planeta
  16. Héctor Aguilar Camín: Morir en el golfo  Ediciones Cal y Arena
  17. Fernanda Melchor, Temporada de huracanes  Ed. Random House
  18. José Agustín  La Panza del Tepozteco.
  19.  Enrique Serna, Fruta verde
  20. Arturo Meza, El Santo nunca pierde
  • NICARAGUA
  1. Gioconda Belli, El infinito en la palma de la mano Seix Barral
  2. Arquímedes GonzálezLas pequeñas aventuras de Jan El Grande
  3. Sergio Ramírez Mercado, Ya nadie llora por mí
  4. Milagros Terán, Sol lascivo
  • PANAMÁ
  1. Consuelo Tomás, Lágrima de Dragón
  2. Carlos Fong, Aviones dentro de casa
  3. Enrique Chuez, La mansión de Drácula
  • PARAGUAY 
  • Evelio Carlos Anzoategui Gómez, En la maleta de un inmigrante
  • Renée Ferrer, Los nudos del silencio
  • Susana Gertopan, El retorno de Eva

  • PERÚ
  1. Alonso Cueto, La hora azul  Ed. Random House
  2. Vargas Llosa, El paraíso en la otra esquina  Ed Punto de lectura
  3. Renato Cisneros, La distancia que nos separa Ed Planeta
  4. Raúl Tola, Flores amarillas  Ed. Alfaguara
  5. Santiago Roncagliolo, La cuarta espada  Ed. Debate
  6. Katya Adaui,  Aquí hay icebergs Ed. Random House
  7. Maria José Caro, Perro de ojos negros
  • PUERTO RICO
  • Mayra Santos Febres La amante de Gardel
  • Magali García RamisFelices días, tío Sergio
  • REPÚBLICA DOMINICANA

  1. Andrés L. Mateo, La balada de Alfonsina Bairán
  2. Miriam Mejía: Extraordinarias y diosas:heroínas de la cotidianidad

  • URUGUAY
  1. Damián González Bertolino, Los trabajos del amor
  2. Valentín Trujillo, Cómanse la ropa

  • VENEZUELA
  1. Luis Britto García, Abrapalabra  Ed. Alfadil Ediciones
  2. Victoria Stefano, Lluvia   Ed. Candaya

domingo, 13 de enero de 2019

UN EXTRAÑO EN PARÍS, DE W. SOMERSET MAUGHAM

No es la primera vez que me pasa: no tener noticia alguna de un autor hasta encontrar su nombre  en un manual de Literatura. Así me sucedió con W. Somerset Maugham. Lo incluí  de inmediato en esa larga lista  de  propósitos que bien podría llamarse la lista interminable. Elegí como primer bocado El filo de la navajaEsta novela atrapó de inmediato mi curiosidad  por la  forma de retratar la Europa de Entreguerras, tan diferente a la de Hemingway, de quien acababa de leer París era una fiesta y  Adiós a las armas. Me sorprendió el contraste de estilos y  de  visiones sobre un mismo lugar en los mismos años.  Frente al estilo escueto y a la visión renovada que ofrece Hemingway, Somerset Maugham tiene una cremosidad  decimonónica que me dejó totalmente desconcertada.Por lo demás, sus personajes no parecen haber pasado realmente por la Gran Guerra; digo realmente porque el tema está presente en la obra, pero no acaba de transformar a los personajes en profundidad, ni siquiera al protagonista  "rebelde" y "anticonvencional". Tampoco la Crisis del 29 supone ningún cambio de calado: es  solo una variación en las Bolsas que, como en un casino, ha  hecho que  el dinero circule de  unos bolsillos a otras, y punto. Somerset Maugham  se resiste a  abandonar el salón acolchado en que  la burguesía de la Belle Époque disfrutaba de un mundo delicatessen, ese mundo de ayer que fue el mejor de los mundos para autores como Stefan Zweig.

No me apresuré a leer una segunda novela de Maugham, aunque tampoco taché su nombre de la lista interminable. Volví a él sugestionada por  el título de otra de sus novelas, Un extraño en París.  Como al personaje de la novela, a muchos  nos arrastra  a esta ciudad un imaginario estereotipado, alimentado por la literatura, el cine, la moda, la historia... París mantiene su poder de evocación,  haciéndonos a algunos un poco papanatas.  El protagonista de la novela, Charles Mason, va en busca de un París bohemio donde vivir alguna aventurilla de riesgos controlados,  y va  en busca del París cultureta de los museos y los conciertos de música clásica. Claro, si fuera esto lo que hubiera encontrado, no habría  novela o tendría que haberla escrito Georges Perec. La historia tramada por Maugham, un condensador de tópicos como he visto pocos, transcurre en cinco días de la época navideña: del 23 al 27 de diciembre, de algún año de los felices 20 del siglo XX. Son  las vacaciones de un joven burgués de 23 años a quienes sus padres le sugieren pasar una Navidad diferente a la hogareña. Ni siquiera es una iniciativa del muchacho: va con el aval paterno. El joven tiene que iniciarse sexualmente y los padres, burgueses tolerantes y modernos, prefieren que sea con el glamour de una aventura parisina a que lo sea en un burdel inglés, más funcional y gris. Como París es París, esperan que el niño repase las lecciones  sobre Arte que un día le dieron en el Louvre y deleite su espíritu con  buena música. Un pack de viaje  envuelto en celofán.

Dos personajes van a impedir que París sea una fiesta para Charles: Olga, una prostituta rusa,  y Simon, un joven huérfano que recibió la caridad de la familia de Charles y que, como personaje zolesco, no puede superar su mala entraña heredada. Los fallos de la novela, que son garrafales, se evidencian  en la creación de los personajes. Pongamos la atención sobre  Charles y su increíble familia y sigamos con los demás.

La familia Mason                 
¿Creen ustedes en la familia perfecta?, afino más, ¿creen ustedes en la familia perfecta de  burgueses ricos? ¿Se les hace difícil imaginarla? Si la imaginación no les llega, lean esta novela de Maugham. ¿Discusiones  matrimoniales? Ninguna. ¿Tensiones entre padres e hijos? Ninguna. ¿Tensiones entre hermanos? Ninguna. ¿Consciencia de explotar a los trabajadores? No. ¿Problemas con alguna amistad? No. ¿Secretos familiares? Ninguno. ¿Problemas económicos? Ninguno. ¿Avergonzados de su pasado? No. ¿Preocupados por el futuro?  No.  
Los  Mason son amantes del arte, pero sin extravagancias. Cultivan el talento artístico de sus hijos, pero comedidamente. No le impiden a su hijo dedicarse al arte, pero le convencen de su mediocridad.  Charles podría vivir de las rentas, pero  le inculcan  la moral protestante del trabajo,  que  Charles hará sin pasión, pero sin desagrado. ¿El sexo? Un asunto que se trata civilizadamente. ¿El matrimonio? Una necesidad social que es un éxito si uno es razonable. Entonces, ¿qué perturba la diáfana vida del bondadoso Charles?: darse cuenta, ¡oh sorpresa!, de que su forma de  vida,  contrariamente al imperativo kantiano, no es universal. No, "Charles, no, -le vendrá a decir Olga- todo el mundo no vive como tú y ni siquiera toda la literatura que has leído, recomendada por tus vigilantes padres,  te ha permitido darte cuenta de una verdad tan conocida por el común de los mortales". El personaje de Charles es lo que en literatura se llama  un estereotipo: nace de una pieza y así chocamos de cabeza con él a lo largo de la novela. Maugham nos engaña cuando dice que esos cinco días en París  han cambiado a Charles, a no ser que cambiar signifique  registrar mentalmente que no todo el mundo comparte sus privilegios, y  que esos privilegios hacen su vida burguesa algo más monótona que la de muchos de aquellos que no los tienen. 

Olga
Olga, la princesa rusa que ni es princesa ni se llama Olga, va a ser la acompañante de Charles durante esos días navideños. Claro que Olga no puede ser una prostituta como tantas otras cuyo nombre se confundiría en la niebla de los recuerdos. La tal Olga, cuyo nombre real es Lydia, tiene una historia de personaje ruso. Maugham nos ha querido hacer aquí un remedo de la Katia de Resurrección o de la Sofía de Crimen y Castigo.  Maughan trasplanta a París esa alma rusa entregada a un sacrificio purificador, con lo que  produce una impresión constante de falsificación, de copia averiada, de pretensión fallida. Olga es una parodia involuntaria de Sofía o Katia. Esa mezcla de ser pobre, intelectualmente débil, pero de un alma pura y grande llega a una caricatura  de difícil digestión.  La ignorante Lydia, por lo demás, es capaz de sentir el arte (la música, la pintura) en una dimensión espiritual intuitiva que retoma ideas románticas caducas. Por si esto fuera poco, la pobre Lydia es también víctima, como la Lara de El Doctor Zhivago, de los bolcheviques. Aquí Maugham se despacha ideológicamente a gusto.  Lo peor de todo es que, en todo momento, Lydia parece el ventrílocuo del autor: por su  garganta  surge un análisis de un bodegón en el Louvre; con ella hace un análisis de la música rusa; con ella expone sus ideas políticas; con ella hablan personajes literarias prestados...

Por otra parte, Olga, esa cenicienta que se purifica en el fango, encuentra un príncipe azul parisino. Se casa con un joven encantador de la pequeña burguesía francesa, nacida de glorias pasadas. Como Maugham  eleva a sus personajes a  categoría de prototipos, mucho me temo que en este individuo psicopático haya también un contenido, un aviso contra la pequeña burguesía, que con el vientre lleno, solo puede aficionarse a actividades delictivas por entretenimiento. Ya se sabe que el aburrimiento crea más monstruos que los sueños de la Razón.

Simon
Acabemos con Simon, la joya de la novela. Simon es un joven que en su  niñez fue acogido caritativamente por la familia de Charles. Con él, cumplían con su cuota de caridad social. Nadie lo quería en la familia  salvo Charles, que en su inmensa bondad, lo consideraba su amigo; al acoger a Simon la familia Mason cometió un grave error: la moraleja es esa de "Cría cuervos..." Simon está en París en el momento en que Charles va allí a pasar esos cinco días navideños. Simon representa al proletariado, en un principio, y a los revolucionarios profesionales, después. Ni que decir tiene que es un monstruo. Se está preparando para ser la sombra de algún líder carismático que maneje a las masas como a borregos. Simon se prepara para ser el dirigente del aparato represivo de una futura dictadura.  En ese ser todopoderoso en la sombra ve el desarrollo de toda su potencialidad personal. Pese a ello, Charles no puede retirarle su amistad, mostrando la peligrosa confianza de la burguesía.

Como se ve por lo dicho, el autor  cae en  la simplificación de la realidad y en un maniqueísmo  impropios de un escritor que se respete. Puede tanto en él la intención ideológica que se retrotrae a esas formas maniqueas de las novelas de tesis y ni siquiera tiene la pasión de los culebrones. Además, en la novela, los personajes no hacen otra cosa que discursear, ese error contra el que advertía Henry James. Esa tendencia a encasquetar  al lector largos discursos ideológicos ya era notoria en El filo de la navaja, solo que esa novela tenía otras cualidades que la salvaban. En un extraño en París  no hay contrapesos a esa tendencia, y la novela se hunde.   


Mi conclusión es evidente: si apuntan esta novela en su lista interminable, que sea a la cola. Como  venía a decir  el escritor portugués, Gonçalo Tavares,  aquel que lee libros  malos piensa que es inmortal. Es una idea de la que estoy cada vez más convencida.