lunes, 30 de julio de 2018

EL DOLOR DE LOS DEMÁS, DE MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ



No hay peor sensación al terminar la lectura de un novela  que la de haber perdido el tiempo;  en realidad, antes de la página 30 ya sabía que la novela era mala y que seguir leyéndola no era sino darle oportunidades inútiles. "El dolor de los demás" de Miguel Ángel Hernández es de la peores novelas que he leído en los últimos años. La novela se inscribe en la autoficción; el protagonista narrador, el propio Miguel Ángel,   se propone entender al autor de un  crimen real:  su amigo de la adolescencia, Nicolás, que había asesinado a su propia hermana, Rosi. La novela cuenta  intercaladamente  cómo se va haciendo la novela y cómo realiza   una investigación que le lleva al autor a los lugares de su   infancia y adolescencia; la novela se convierte, por tanto,  en una reflexión sobre su pasado y su presente . Solo mencionaré algunos de los defectos de este novelón de 307.

La novela carece por completo del sentido del ritmo y de clímax parciales.  El narrador hace numerosas trampas anunciado o prometiendo al lector  momentos álgidos, significativos, climáticos, que nunca llegan. En los encuentros que harían avanzar la acción  y crear  un atmósfera de tensión  nos encontramos con conversaciones triviales  que  repiten los tópicos sobre el crimen que ya estaban presentes  en las primera páginas de la novela. La técnica de la repetición, lejos de crear la sensación de la angustia por aquello que sigue oculto, lleva al aburrimiento.

El narrador repite que no sabe si,  en el fondo, quiere conocer  lo que ocurrió aquella Nochevieja de 1995 y por qué ocurrió ; tan poca curiosidad del narrador exaspera al lector, que acaba  no sintiendo  tampoco verdadera curiosidad ni por Nicolás, ni por sus motivaciones, ni por la flojera del autor,  siempre interrumpido por proyectos profesionales más interesantes que el de escribir esta novela.  El narrador no  es capaz  de plantearse   una explicación sobre el crimen alternativa a la oficial,   dando por buena la que dio la guardia civil, el juez y la rumorología.  Un acatamiento realmente extraño y que solo puede entenderse como un acatamiento a la autoridad sobre la interpretación institucional de la realidad. Es más, pasa de refilón por  la explicación de la relación incestuosa entre Nicolás y  Rosi . Ningún investigador pasaría por alto  este dato, menos un escritor. Al narrador esto parece asustarlo y es incapaz de tirar de ese hilo. No se sí es un autor que ideológicamente no está  preparado para tales sordideces pese a que pertenezcan a la realidad. Al final, no es capaz de pasar de  una imagen superficial del amigo adolescente.

El narrador plantea en algún momento que quizá este interés por Nicolás sea un modo de volver a su propio pasado, a un época de la que ha querido huir. Tampoco lo consigue: no sabe imprimir a ese pasado ni emoción, ni densidad. Hay pasajes realmente tediosos, como la narración del paso del Miguel Ángel adolescente por una Hermandad.

También fracasa el autor en sus ejercicios introspectivos ante los dilemas a los que le enfrenta ese retorno al pasado y los descubrimientos sobre su propia psicología. Aún menos logrado  es su intento de  retrartarse en la misma acción de escribir la novela, es decir, en ese viejo truco de  escribir el proceso mismo de  la escritura de  una novela.  Se muestra en muchas ocasiones a punto de abandonar  su proyecto y el lector se dice que quizá hubiera sido lo mejor. Si su pretensión era mostrar lo dubitativa que es toda creación, lo superficial que es aquello que se puede contar sobre lo real, tampoco lo consigue. Es su incapacidad de escritor y no  la imposibilidad epistemológica de aprehender la realidad y el tiempo pasado lo que sentimos una y otra vez.

Hay además muchos momentos narrativamente  inmotivados: no se sabe m
uy bien qué pinta su viaje con su mujer a un balneario de Aragón. No se sabe muy bien a qué viene esa paradita para ver la ciudad de Belchite. Más bien parece un guiño ideológico.

En algún momento, el narrador se refiere a la novela de Emmanuel Carrère, autor de "El adversario". No sé muy bien si, con su  novela,  quería imitar a Carrère o quería rebatirlo. El caso es que la novela de Miguel Ángel Hernández carece de todas las cualidades  que hacen de El adversario una novela estupenda. Carrère crea tal ambiente de tensión y sus cargas son de tal envergadura que sumerge al lector de cabeza en la historia. Hernández parece venir a decir que todo eso son fuegos artificiales y que lo que él muestra son, en realidad, las verdaderas miserias con las que se encuentra un escritor y  que ir más allá es caer en una retórica desvirtuadora de lo que podemos saber y escribir.

ParEs la primera novela que leo de este autor y será la última .





viernes, 27 de julio de 2018

LOS PECES NO CIERRAN LOS OJOS, Erri De Luca

Erri De  Luca  en Los peces no cierran los ojos consigue una atmósfera emocional de una originalidad y autenticidad poco frecuentes. La narración está impregnada de un lirismo contenido, un dominio de la palabra justa, rica en sugestiones, en epifanías inesperadas para el lector. No hay ni un solo tópico en esta novela de Erri de Luca.
Un hombre maduro, de 60 años, un trasunto del propio escritor, va rememorando a ese  muchacho que fue a los  diez años, sobre todo, los días de  verano en una isla de pescadores, próxima a Nápoles.  El niño tiene una cosmovisión que nos hace reflexionar sobre nosotros mismos y nuestra infancia; también sobre la relación que tenemos con nuestros propio recuerdos . Interesantísima  la relación del muchacho con la lectura, con la justicia, con su propio cuerpo, con sus padres. De vez en cuando el narrador  hace cuñas  e introduce impresiones y fragmentos de  su juventud, su madurez  insinuándonos con ellos  otra novela no contada. Pero sin duda, donde el autor  alcanza una belleza deslumbrante  es en la narración de ese primer amor con una muchacha de la que no recuerda el nombre. Conseguir  originalidad  en la narración de un primer amor solo está al alcance de una pluma como la de Erri de Luca.






miércoles, 25 de julio de 2018

EL ORDEN DEL TIEMPO, CARLO ROVELLI

Hace un par de meses, la editorial Anagrama, en su colección Argumentos, publicaba una verdadera joya de la divulgación científica: El orden de las cosas, del físico italiano Carlo Rovelli. El tema es el tiempo;  y creanme, no lo van a peder  pasando  unas horas en su compañía.  Rovelli habla del tiempo interpretado por la física, pero  no solo por ella. Con extraordinaria amenidad,  nos ofrece  un repaso  del estado de  la cuestión examinando cuatro hitos científicos:  Aristóteles,  Newton  Einstein y la física  cuántica ( dentro de la que inscribe su propia investigación:  la gravedad cuántica y la teoría de los bucles).  Tiene este físico las mejores cualidades de un divulgador científico: se sirve de numerosas analogías, metáforas, anécdotas para  que el lector intime con el tema y,  sobre todo, para no intimidarlo. No es tampoco Rovelli de esos científicos encastillados en la "especialidad". Muestra que ha leído con gusto  a poetas ( todos los capítulos están presididos por versos de Horacio), novelistas ( Proust), filósofos cristianos ( San Agustín), incluso  el Mahabharata, esa extraordinaria epopeya india . Eso sí, es esta una obra para subrayar y volver a leer algunos fragmentos de vez en cuando, porque, desde luego, rompe con todo lo que por intuición pensamos que es el tiempo. Aquí les dejo "mis subrayados". Un saludo


“La distinción entre presente, pasado y futuro se vuelve fluctuante, indeterminada, según la mecánica cuántica. Al igual que una partícula puede estar difusa en el espacio, del mismo modo puede fluctuar la diferencia entre pasado y futuro:  un acontecimiento puede darse a la vez antes y después que otro.”


“La indeterminación se resuelve cuando una magnitud interactúa con cualquier otra cosa. en esa interacción, un electrón se materializa en un punto exacto “


“La concreción  del electrón solo es relativa a un sistema físico”


“El tiempo no es único:  hay una duración distinta para cada trayectoria. y, transcurre a ritmos diferentes según el lugar y según la velocidad. No tiene orientación: la diferencia entre pasado y futuro no existe en las ecuaciones elementales del mundo. Es un aspecto contingente que aparece cuando  observamos las cosas descuidando los detalles, y, desde este desenfoque, el pasado del universo se hallaba en un estado curiosamente peculiar. La noción de presente no funciona: en el vasto universo no hay nada que podamos denominar razonablemente “presente”. El sustrato que determina las duraciones del tiempo no es una entidad independiente coma diferente de las demás que construyen el mundo. y, es un aspecto de un campo dinámico. Este salta, fluctúa, se concreta solo al interactuar, y no está definido por debajo de una escala mínima…¿ qué queda del tiempo?


“El mundo no es un conjunto de cosas, es un conjunto de eventos página (...)  Una un prototipo de cosa es podemos preguntarnos dónde estará mañana. mientras que un beso es un evento: no tiene sentido preguntarse a dónde habrá ido el beso mañana. El mundo está hecho de redes de besos, no de piedras.”


“Bien mirado, de hecho, hasta las cosas que parecen cosas en el fondo no son más que eventos prolongados. La piedra más sólida, a la luz de lo que hemos aprendido de la química, la física, la mineralogía, la geología o la psicología, es en realidad un complejo vibrar de campos cuánticos, un interactuar momentáneo de fuerzas, un proceso que por un breve instante logra mantenerse en equilibrio semejante a sí mismo, antes de disgregarse de nuevo en polvo; un capítulo efímero en la historia de las interacciones entre los elementos del planeta, una huella de una humanidad neolitica página 77.


“Las propias cosas son solo acontecimientos que se mantienen uniformes durante un rato. antes de retornar al polvo. porque obviamente, antes o después, todo retorna al polvo.”


“ La ausencia del tiempo no significa, pues, que todo esté congelado el móvil; significa que el incesante acontecer en el que se afana el mundo no está ordenado por una línea temporal, no está medido por un gigantesco tictac.  Ni siquiera configura una geometría tetradimensional. Es una inmensa y desordenada red de eventos cuánticos”.


“Los filósofos denominan  “eternalismo” a la noción de que el fluir y el cambio son ilusorios : presente pasado y futuro son igualmente reale,  igualmente existentes. Es la idea de que el conjunto del espacio-tiempo, (...) existe todo en su integridad sin que nada cambie.  No hay nada que realmente fluya. Quienes defienden este modo de concebir la realidad, el eternalismo, suelen citar a Einstein, que en una famosa carta escribió: “ Para aquellos de nosotros que creemos en la física,  la distinción entre pasado, presente y futuro es sólo una obstinada y persistente ilusión.”


“No tenemos una gramática adecuada para decir que un evento ha sido con respecto a mí pero es con respecto a ti.”


“En la física cuántica la teoría no describe cómo evolucionan las cosas en el tiempo, sino como cambian las cosas unas con respecto a otras, como acontecen  los hechos del mundo unos con respecto a otros. eso es todo.”


“El universo es una red de eventos interconectados, donde las variables en juego respetan reglas probabilísticas, que, increíblemente, somos capaces de formular en gran medida.
Es una interacción recíproca, donde los cuentos se actualizan en el propio acto de interactuar respecto aquello con lo que interactúa La dinámica de estas interacciones es probabilística punto las probabilidades de que algo acontezca resultan calculables en principio con las ecuaciones de la teoría.”


“No podemos dibujar un mapa completo, una geometría completa, de los acontecimientos del mundo, puesto que estos últimos, y entre ellos el paso del tiempo, siempre se concretan únicamente en una interacción y con respecto a un sistema físico implicado en dicha interacción. El mundo es como un conjunto de puntos de vista en interrelación mutua. y, el mundo visto “desde fuera”es un mundo absurdo, porque no existe un “ fuera  del mundo.”


“Mi mesa de mármol macizo la  vería como una niebla si me hiciera lo bastante pequeño como para alcanzar una escala atómica. Vstas de cerca, todas las cosas del mundo acaban por difuminarse. ¿Dónde termina exactamente la montaña y empieza la llanura ¿dónde termina el desierto y empieza la sabana? Cortamos el mundo a grandes tajadas. Lo concebimos en conceptos significativos para nosotros, que surgen a una determinada escala.”


“La temporalidad está profundamente ligada al desenfoque,  y el desenfoque es el hecho de que ignoramos los detalles microscópicos del mundo. El tiempo de la física, en última instancia, es la expresión de nuestra ignorancia del mundo. el tiempo es ignorancia.”


“Nuestra visión del mundo está desenfocada, puesto que las interacciones físicas entre nosotros y la parte del mundo a la que accedemos y pertenecemos están ciegas a numerosas variables. Este desenfoque constituye el núcleo de la teoría de Boltzmann. del nacen los conceptos de calor y entropía, a los que están ligados los fenómenos que caracterizan el fluir del tiempo. La entropía de un sistema, en particular, depende explícitamente del desenfoque. y, de aquello que no veo, puesto que depende del número de configuraciones indistinguibles. Una misma configuración microscópica puede tener una elevada entropía con respecto a un desenfoque y baja con respecto a otro.  El desenfoque, a su vez, no es un constructo mental: depende de la interacción física real. y, en consecuencia, la entropía de un sistema depende de la interacción física con dicho sistema. Esto no significa que la entropía sea una magnitud arbitraria y subjetiv; significa que es una magnitud relativa como la velocidad. La velocidad de un objeto no es una propiedad del objeto en sí: es una propiedad del objeto con respecto a otro.”


“La entropía del mundo no dependen solo de la configuración de este:  depende también del modo como nosotros lo estamos desenfocando, lo cual depende a su vez de cuáles son las variables del mundo con las que nosotros interactuamos, esto es,  de la parte del mundo a la que pertenecemos. La entropía inicial del mundo nos parece muy baja, pero eso no está en el estado exacto del mundo: atañe al subconjunto de variables de este con las que nosotros, como sistemas físicos, hemos interactuado. Si la entropía del mundo era baja, lo era en relación con el drástico desenfoque producido por nuestra interacción con el mundo, en relación con el pequeño conjunto de variables macroscópicas en función de las cuales nosotros describimos el mundo.”


“Esto,  que es un hecho, abre la posibilidad de que tal vez no sea el universo el que haya estado en una configuración extremadamente peculiar en el pasado:  quizá los peculiares seamos nosotros, y nuestras interacciones con él. Acaso seamos nosotros quienes determinamos una descripción macroscópica peculiar:  la baja entropía inicial del universo y ,por ende, la flecha del tiempo podría deberse a nosotros, más que al universo en sí, esa es la idea.”


“Puede que el fluir del tiempo no sea una característica del universo: puede que como la rotación de la bóveda estrellada, sea la perspectiva concreta del rincón del mundo a que pertenecemos.”


“Observamos el universo desde dentro, interactuando con una minúscula porción  de las innumerables variables del cosmo. Vemos una imagen desenfocada de él, y ese desenfoque implica que la dinámica del universo con la que interactuamos está gobernada por la entropía, que mide la envergadura del desenfoque.”


“El mundo es un conjunto de acontecimientos no ordenados en el tiempo ; estos materializan relaciones entre variables físicas que, a priori, están en un mismo plano. Cada parte del mundo interactúa con una pequeña porción de todas las variables, cuyo valor determina  el estado del mundo con respecto a ese sistema. para cada parte del mundo existen, pues, una serie de configuraciones indistinguibles del resto del mundo. “


“La  energía (mecánica, química, eléctrica o potencial) se transforma en energía térmica, es decir, en calor;  se va hacia las cosas frías y de allí no hay forma de hacerla retroceder gratuitamente y reutilizarla de nuevo para hacer crecer una planta o girar un motor. En ese proceso la energía sigue siendo la misma, pero la entropía aumenta, y es esta la que no vuelve atrás. es el segundo principio de la termodinámica el que la consume. “


“Ni siquiera está claro qué significa exactamente comprender. vemos el mundo y lo describimos, le damos una orden. pero sabemos poco de la relación completa entre lo que vemos del mundo y el mundo. Sabemos que nuestra mirada es miope; del vasto espectro electromagnético que emiten las cosas no vemos más que una pequeña franja.  No vemos la estructura atómica de la materia, ni la curvatura del espacio. vemos un mundo coherente que deducimos de nuestra interacción con el universo, organizado en términos que nuestro desoladamente estúpido cerebro sea capaz de manipular. Concebimos el mundo en términos de piedras, montañas, nubes y personas, y ese es el mundo para nosotros. Sobre el mundo independiente nosotros sabemos mucho, sin saber cuánto es exactamente ese mucho.”


“Pero nuestro pensamiento no es sólo presa de su debilidad; todavía lo es más de su propia gramática. Bastan unos siglos para que el mundo cambie. y, de Dios, de diablos, ángeles y brujas va a estar poblado de átomos y ondas electromagnéticas. Bastan unos gramos de hongos para que toda la realidad se diluya  ante nuestros ojos y se organice una forma sorprendentemente distinta. Basta tener una amiga que haya sufrido un episodio esquizoide serio y haber pasado algunas semanas tratando a duras penas de comunicarse con ella, para darse cuenta de que el delirio es un vasto atrezo de teatro, capaz de reorganizar el mundo, y que resulta difícil encontrar argumentos para diferenciarlo de los grandes delirios colectivos que constituyen el fundamento de nuestra vida social y espiritual y de nuestra comprensión del mundo.”



miércoles, 11 de julio de 2018

El jardín de Calipso ( serie: jardines de la literatura)

En torno a la cueva había nacido un florido bosque de alisos, de chopos negros y olorosos cipreses, donde anidaban las aves de largas alas, los búhos y halcones y las cornejas marinas de afilada lengua que se ocupan de las cosas del mar. Había cabe a la cóncava cueva una viña tupida que abundaba en uvas, y cuatro fuentes de agua clara que corrían cercanas unas de otras,...

La Odisea, Canto V

martes, 10 de julio de 2018

LOS SEIS CIEGOS Y EL ELEFANTE (Cuento popular)

     En la Antigüedad, vivían seis hombres ciegos que pasaban las horas compitiendo entre ellos para ver quién era el más sabio. Exponían sus saberes y luego decidían entre todos quién era el más convincente.
     Un día, discutiendo acerca de la forma exacta de un elefante, no conseguían ponerse de acuerdo. Como ninguno de ellos había tocado nunca uno, decidieron salir al día siguiente a la busca de un ejemplar, y así salir de dudas.
     Puestos en fila, con las manos en los hombros de quien les precedía, emprendieron la marcha enfilando la senda que se adentraba en la selva. Pronto se dieron cuenta que estaban al lado de un gran elefante. Llenos de alegría, los seis sabios ciegos se felicitaron por su suerte. Finalmente podrían resolver el dilema. 

     El más decidido, se abalanzó sobre el elefante con gran ilusión por tocarlo. Sin embargo, las prisas hicieron tropezar y caer de bruces  contra  el costado del animal. “El elefante  –exclamó– es como una pared de barro secada al sol”.

     El segundo avanzó con más precaución. Con las manos extendidas fue a dar con los colmillos. “¡Sin duda la forma de este animal es como la de una lanza!”

     Entonces avanzó el tercer ciego justo cuando el elefante se giró hacía él. El ciego agarró la trompa y la resiguió de arriba a abajo, notando su forma y movimiento. “Escuchad, este elefante es como una larga serpiente”.

     Era el turno del cuarto sabio, que se acercó por detrás y recibió un suave golpe con la cola del animal, que se movía para asustar a los insectos. El sabio agarró la cola y la resiguió con las manos. No tuvo dudas, “Es igual a una vieja cuerda” exclamo.

     El quinto de los sabios se encontró con la oreja y dijo: “Ninguno de vosotros ha acertado en su forma. El elefante es más bien como un gran abanico plano”.

     El sexto sabio que era el más viejo, se encaminó hacia el animal con lentitud, encorvado, apoyándose en un bastón. De tan doblado que estaba por la edad, pasó por debajo de la barriga del elefante y tropezó con una de sus gruesas patas. “¡Escuchad! Lo estoy tocando ahora mismo y os aseguro que el elefante tiene la misma forma que el tronco de una gran palmera”.

     Satisfecha así su curiosidad, volvieron a darse las manos y tomaron otra vez la senda que les conducía a su casa. Sentados de nuevo bajo la palmera que les ofrecía sombra retomaron la discusión sobre la verdadera forma del elefante. Todos habían experimentado por ellos mismos cuál era la forma verdadera y creían que los demás estaban equivocados.






domingo, 27 de mayo de 2018

Preguntas de un obrero que lee, de Bertolt Brecht



¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas?
En los libros aparecen los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió siempre a construir? ¿En qué casas
de la dorada Lima vivían los constructores?
¿A dónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada
la Muralla China? La gran Roma
está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?
¿Sobre quiénes
triunfaron los Césares? ¿Es que Bizancio, la tan cantada,
sólo tenía palacios para sus habitantes? Hasta en la
legendaria Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba, los que se hundían,
gritaban llamando a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él solo?
César derrotó a los galos.
¿No llevaba siquiera cocinero?
Felipe de España lloró cuando su flota
Fue hundida. ¿No lloró nadie más?
Federico II venció en la Guerra de los Siete Años
¿Quién
venció además de él?
Cada página una victoria.
¿Quién cocinó el banquete de la victoria?
Cada diez años un gran hombre.
¿Quién pagó los gastos?
Tantas historias.
Tantas preguntas.

sábado, 26 de mayo de 2018

COMENTARIO DE TEXTO: EL ENCAJE ROTO. EMILIA PARDO BAZÁN

TEXTO

Convidada a la boda de Micaelita Aránguiz con Bernardo de Meneses, y no habiendo podido asistir, grande fue mi sorpresa cuando supe al día siguiente -la ceremonia debía verificarse a las diez de la noche en casa de la novia- que ésta, al pie mismo del altar, al preguntarle el obispo de San Juan de Acre si recibía a Bernardo por esposo, soltó un «no» claro y enérgico; y como reiterada con extrañeza la pregunta, se repitiese la negativa, el novio, después de arrostrar un cuarto de hora la situación más ridícula del mundo, tuvo que retirarse, deshaciéndose la reunión y el enlace a la vez.

No son inauditos casos tales, y solemos leerlos en los periódicos; pero ocurren entre gente de clase humilde, de muy modesto estado, en esferas donde las conveniencias sociales no embarazan la manifestación franca y espontánea del sentimiento y de la voluntad.

Lo peculiar de la escena provocada por Micaelita era el medio ambiente en que se desarrolló. Parecíame ver el cuadro, y no podía consolarme de no haberlo contemplado por mis propios ojos. Figurábame el salón atestado, la escogida concurrencia, las señoras vestidas de seda y terciopelo, con collares de pedrería; al brazo la mantilla blanca para tocársela en el momento de la ceremonia; los hombres, con resplandecientes placas o luciendo veneras de órdenes militares en el delantero del frac; la madre de la novia, ricamente prendida, atareada, solícita, de grupo en grupo, recibiendo felicitaciones; las hermanitas, conmovidas, muy monas, de rosa la mayor, de azul la menor, ostentando los brazaletes de turquesas, regalo del cuñado futuro; el obispo que ha de bendecir la boda, alternando grave y afablemente, sonriendo, dignándose soltar chanzas urbanas o discretos elogios, mientras allá, en el fondo, se adivina el misterio del oratorio revestido de flores, una inundación de rosas blancas, desde el suelo hasta la cupulilla, donde convergen radios de rosas y de lilas como la nieve, sobre rama verde, artísticamente dispuesta, y en el altar, la efigie de la Virgen protectora de la aristocrática mansión, semioculta por una cortina de azahar, el contenido de un departamento lleno de azahar que envió de Valencia el riquísimo propietario Aránguiz, tío y padrino de la novia, que no vino en persona por viejo y achacoso -detalles que corren de boca en boca, calculándose la magnífica herencia que corresponderá a Micaelita, una esperanza más de ventura para el matrimonio, el cual irá a Valencia a pasar su luna de miel-. En un grupo de hombres me representaba al novio algo nervioso, ligeramente pálido, mordiéndose el bigote sin querer, inclinando la cabeza para contestar a las delicadas bromas y a las frases halagüeñas que le dirigen...

Y, por último, veía aparecer en el marco de la puerta que da a las habitaciones interiores una especie de aparición, la novia, cuyas facciones apenas se divisan bajo la nubecilla del tul, y que pasa haciendo crujir la seda de su traje, mientras en su pelo brilla, como sembrado de rocío, la roca antigua del aderezo nupcial... Y ya la ceremonia se organiza, la pareja avanza conducida con los padrinos, la cándida figura se arrodilla al lado de la esbelta y airosa del novio... Apíñase en primer término la familia, buscando buen sitio para ver amigos y curiosos, y entre el silencio y la respetuosa atención de los circunstantes.... el obispo formula una interrogación, a la cual responde un «no» seco como un disparo, rotundo como una bala. Y -siempre con la imaginación- notaba el movimiento del novio, que se revuelve herido; el ímpetu de la madre, que se lanza para proteger y amparar a su hija; la insistencia del obispo, forma de su asombro; el estremecimiento del concurso; el ansia de la pregunta transmitida en un segundo: «¿Qué pasa? ¿Qué hay? ¿La novia se ha puesto mala? ¿Que dice «no»? Imposible... Pero ¿es seguro? ¡Qué episodio!... «

Todo esto, dentro de la vida social, constituye un terrible drama. Y en el caso de Micaelita, al par que drama, fue logogrifo. Nunca llegó a saberse de cierto la causa de la súbita negativa.

Micaelita se limitaba a decir que había cambiado de opinión y que era bien libre y dueña de volverse atrás, aunque fuese al pie del ara, mientras el «sí» no hubiese partido de sus labios. Los íntimos de la casa se devanaban los sesos, emitiendo suposiciones inverosímiles. Lo indudable era que todos vieron, hasta el momento fatal, a los novios satisfechos y amarteladísimos; y las amiguitas que entraron a admirar a la novia engalanada, minutos antes del escandalo, referían que estaba loca de contento y tan ilusionada y satisfecha, que no se cambiaría por nadie. Datos eran éstos para oscurecer más el extraño enigma que por largo tiempo dio pábulo a la murmuración, irritada con el misterio y dispuesta a explicarlo desfavorablemente.

A los tres años -cuando ya casi nadie iba acordándose del sucedido de las bodas de Micaelita-, me la encontré en un balneario de moda donde su madre tomaba las aguas. No hay cosa que facilite las relaciones como la vida de balneario, y la señorita de Aránguiz se hizo tan íntima mía, que una tarde paseando hacia la iglesia, me reveló su secreto, afirmando que me permite divulgarlo, en la seguridad de que explicación tan sencilla no será creída por nadie.

-Fue la cosa más tonta... De puro tonta no quise decirla; la gente siempre atribuye los sucesos a causas profundas y trascendentales, sin reparar en que a veces nuestro destino lo fijan las niñerías, las «pequeñeces» más pequeñas... Pero son pequeñeces que significan algo, y para ciertas personas significan demasiado. Verá usted lo que pasó: y no concibo que no se enterase nadie, porque el caso ocurrió allí mismo, delante de todos; solo que no se fijaron porque fue, realmente, un decir Jesús.

Ya sabe usted que mi boda con Bernardo de Meneses parecía reunir todas las condiciones y garantías de felicidad. Además, confieso que mi novio me gustaba mucho, más que ningún hombre de los que conocía y conozco; creo que estaba enamorada de él. Lo único que sentía era no poder estudiar su carácter; algunas personas le juzgaban violento; pero yo le veía siempre cortés, deferente, blando como un guante. Y recelaba que adoptase apariencias destinadas a engañarme y a encubrir una fiera y avinagrada condición. Maldecía yo mil veces la sujeción de la mujer soltera, para la cual es imposible seguir los pasos a su novio, ahondar en la realidad y obtener informes leales, sinceros hasta la crudeza -los únicos que me tranquilizarían-. Intenté someter a varias pruebas a Bernardo, y salió bien de ellas; su conducta fue tan correcta, que llegué a creer que podía fiarle sin temor alguno mi porvenir y mi dicha.

Llegó el día de la boda. A pesar de la natural emoción, al vestirme el traje blanco reparé una vez más en el soberbio volante de encaje que lo adornaba, y era el regalo de mi novio. Había pertenecido a su familia aquel viejo Alençón auténtico, de una tercia de ancho -una maravilla-, de un dibujo exquisito, perfectamente conservado, digno del escaparate de un museo. Bernardo me lo había regalado encareciendo su valor, lo cual llegó a impacientarme, pues por mucho que el encaje valiese, mi futuro debía suponer que era poco para mí.

En aquel momento solemne, al verlo realzado por el denso raso del vestido, me pareció que la delicadísima labor significaba una promesa de ventura y que su tejido, tan frágil y a la vez tan resistente, prendía en sutiles mallas dos corazones. Este sueño me fascinaba cuando eché a andar hacia el salón, en cuya puerta me esperaba mi novio. Al precipitarme para saludarle llena de alegría por última vez, antes de pertenecerle en alma y cuerpo, el encaje se enganchó en un hierro de la puerta, con tan mala suerte, que al quererme soltar oí el ruido peculiar del desgarrón y pude ver que un jirón del magnífico adorno colgaba sobre la falda. Solo que también vi otra cosa: la cara de Bernardo, contraída y desfigurada por el enojo más vivo; sus pupilas chispeantes, su boca entreabierta ya para proferir la reconvención y la injuria... No llegó a tanto porque se encontró rodeado de gente; pero en aquel instante fugaz se alzó un telón y detrás apareció desnuda un alma.

Debí de inmutarme; por fortuna, el tul de mi velo me cubría el rostro. En mi interior algo crujía y se despedazaba, y el júbilo con que atravesé el umbral del salón se cambió en horror profundo. Bernardo se me aparecía siempre con aquella expresión de ira, dureza y menosprecio que acababa de sorprender en su rostro; esta convicción se apoderó de mí, y con ella vino otra: la de que no podía, la de que no quería entregarme a tal hombre, ni entonces, ni jamás... Y, sin embargo, fui acercándome al altar, me arrodillé, escuché las exhortaciones del obispo... Pero cuando me preguntaron, la verdad me saltó a los labios, impetuosa, terrible... Aquel «no» brotaba sin proponérmelo; me lo decía a mí propia.... ¡para que lo oyesen todos!

-¿Y por qué no declaró usted el verdadero motivo, cuando tantos comentarios se hicieron?

-Lo repito: por su misma sencillez... No se hubiesen convencido jamás. Lo natural y vulgar es lo que no se admite. Preferí dejar creer que había razones de esas que llaman serias...

«El Liberal», 19 septiembre 1897.



COMENTARIO DE TEXTO 
El encaje roto, de Emilia Pardo Bazán

 Contextualización

El texto que vamos a comentar,  El encaje roto, fue escrito por  Emilia Pardo Bazán, autora española perteneciente al Realismo, en su variante naturalista. Realismo  y  Naturalismo  se desarrollaron en España  en las últimas décadas del siglo XIX por  influencia especialmente  de la literatura francesa. Históricamente su triunfo  está ligado al afianzamiento de la burguesía como clase dominante tras la Revolución de 1868. Este movimiento literario burgués  tomó la búsqueda de la objetividad  en la reproducción de la realidad como fundamento de la actividad literaria.  Para alcanzar tal objetivo, los realistas y naturalistas  se basaban en la observación, la documentación y la experimentación, imitando en esto a las ciencias que por entonces cosechaban éxito y prestigio.

 La autora de  El encaje roto es  junto a  Benito Pérez  Galdós y Leopoldo Alas Clarín  una de las principales representantes del  Realismo y el Naturalismo en España.  Nació en La Coruña en 1851 y murió en Madrid en 1921. Proveniente de una familia de la aristocracia gallega, su padre le proporcionó  una magnífica educación -cosa poco común entre las mujeres de la época- y  fomentó  en ella  el amor por la literatura. Pardo Bazán fue una extraordinaria lectora desde su infancia. También intervino desde muy joven en la vida literaria española. Además de su intensa  labor literaria (novelas, cuentos, teatro, crítica literaria, ensayos), publicó regularmente  artículos en los periódicos, participó en tertulias  y dio  numerosas conferencias. Por  una serie de artículos sobre el naturalismo francés, recopilados bajo el título de La  cuestión palpitante  se la considera la introductora de este movimiento en España. También es considerada  una de las primeras escritoras españolas que  luchó por los derechos de las mujeres. Entre sus novelas destacan La tribuna  (1883) y Los pazos de Ulloa  (1886). En los últimos años se han puesto en valor su faceta de cuentista por su calidad y por abordar de una manera muy moderna asuntos sociales sobre las mujeres, uno de los cuentos más comentados ha sido El encaje roto.

Argumento y estructura

Su cuento, El encaje roto, se centra en lo sucedido durante la  boda de Micaela Aránguiz  con  Bernardo de Meneses. La novia  dio en el altar un  no  rotundo a su prometido ante el desconcierto de éste y de los invitados.  Al plantón le siguieron   toda clase de murmuraciones sobre los motivos de Micaela. Pasados tres años,  una amiga  encontró  a la novia en un balneario y esta le confesó  la verdadera razón de su  no:  Meneses la había mirado con un   menosprecio y una ira  aterradores  cuando a Micaela se le había rasgado  el  encaje que portaba, una  prenda que había pertenecido a la   familia Meneses y que este  le había regalado a su prometida. En ese gesto se le había revelado a Micaela el carácter oculto de su futuro marido,  el de un ser dominante y violento  con el que no quería compartir el resto de su vida.

 En la estructura de este cuento se distinguen dos partes: la primera, la de la boda misma que no se consuma por el no de la novia;  y la segunda,  la del encuentro de Micaela  con la amiga en el que se revela el motivo de la ruptura.

 Temas

El tema fundamental  es la  necesidad vital  de conocer  la realidad  para decidir libremente,  la necesidad de saber  cómo son realmente los individuos y actuar en función de ello. Micaela Aránguiz había  intentado conocer a su prometido antes de la boda. Para ella el misterio no constituía ningún aliciente, sino un inconveniente. Se había  conducido  en su noviazgo con un espíritu  realista:  “se documentó”, experimentó ( lo sometió a varias pruebas) y lo observó en la medida de lo posible, pero las convenciones sociales, las limitaciones impuestas a las mujeres, la hipocresía propia del noviazgo le habían impedido llegar a la verdad. Para el realista, la tarea de los individuos es buscar la verdad que se esconde bajo la superficie, bajo el barniz público y que solo un buen observador de los detalles significativos puede descubrir .  Dice Micaela: “Lo único que sentía era no poder estudiar su carácter;  algunas personas le juzgaban violento; pero yo le veía siempre cortés, deferente, blando como un guante. Y recelaba que adoptase apariencias destinadas a engañarme y a encubrir una fiera y avinagrada condición. Maldecía yo mil veces la sujeción de la mujer soltera, para la cual es imposible seguir los pasos a su novio, ahondar en la realidad y obtener informes leales, sinceros hasta la crudeza -los únicos que me tranquilizarían-. Intenté someter a varias pruebas a Bernardo, y salió bien de ellas; su conducta fue tan correcta, que llegué a creer que podía fiarle sin temor alguno mi porvenir y mi dicha “. No se trata aquí de una ruptura con las normas  al modo romántico: son  la razón y el conocimiento  los que llevan a Micaela a tomar esa decisión tan poco convencional. Es decir, a su sentimiento (estaba enamorada de Meneses) se impone  su razonamiento. Podrían haber pesado en el ánimo de la protagonista  los intereses materiales  y familiares que estaban en  la base  de su matrimonio burgués, pero Micaela antepone  otro tipo de bienestar.

 Intencionalidad

 Asimismo,  en la acción de Micaela  se está proponiendo un nuevo modelo de relación hombre-mujer más sincera,  más abierta, más realista. No olvidemos que muchos escritores del Realismo eran  socialmente reformistas: reflejaban la realidad como era, pero también deseaban que algunos aspectos de esa realidad fuese cambiando. En el caso de Pardo Bazán , recordemos  su defensa de la  valía e independencia  intelectual de las mujeres.

 Personajes  y tipo de narrador

 En cuanto a los personajes, como se desprende de lo ya dicho, pertenecen a la alta burguesía, tal  vez  a la  aristocracia.  La minuciosa descripción de  los invitados  no deja lugar a dudas sobre la riqueza de los contrayentes así como la información que se nos da sobre el valor del encaje o la herencia que recibirá Micaelita de un tío riquísimo de Valencia. La pareja parecía reunir todos las características que la burguesía de la época tenía por requisitos: riqueza material, buena posición  social  y enamoramiento al menos formal.  Se sugiere que Bernardo era de familia de  viejo abolengo y Micaelita pone más dinero.
  La protagonista, Micaela Aránguiz, se nos muestra como una novia ilusionada, enamorada, radiante, pero siempre con la razón alerta. No es la muchacha crédula y confiada de la novela romántica, sus sentimientos son comedidos y revisables. Su rasgo fundamental es su independencia de juicio,  su valor ante las críticas , su capacidad de observación, la confianza en su propia razón, la claridad con que sabe lo que busca en la vida. El cuento es muy breve, pero podemos hablar de personaje redondo, que evoluciona. A Micaela la conocemos por las descripciones que hace de ella la narradora testigo y por  el diálogo que mantiene en la segunda parte con su amiga.
La imagen de Bernardo de Meneses se la va haciendo el lector a partir de la información dada por la narradora testigo , por las palabras de Micaela Aránguiz y  por la opiniones que está recabó   de otros ( decían algunos que era violento). Obsérvese que no contamos con el punto de vista de Bernardo de Meneses. De lo dicho por  la narradora y  por la protagonista deducimos que es un  hombre orgulloso de sus antepasados y de su clase social  y que bajo una apariencia de educación exquisita esconde un carácter violento y dominante .
El tercer personaje es la propia narradora testigo en primera `persona  , es decir, una narradora que apenas tiene influencia en los hechos  y que sabe solo de estos  por su observación y su indagación. A este personaje narrador lo caracterizan su ironía,  su curiosidad,  su capacidad de observación y  su deseo de conocer las verdaderas motivaciones de las acciones de los demás. Comparte rasgos con la protagonista y seguramente con la autora de la narración. Los invitados  o el obispo que describe la narradora son personajes  episódicos necesarios para crear el ambiente social  y el contraste  entre lo que se espera que suceda y lo que sucede.

Marco: espacio y tiempo

 La acción se desarrolla en dos espacios: el salón de la casa de Micaela Aránguiz donde están los invitados  y a cuyo fondo hay un oratorio,  y el balneario en el que la narradora se encuentra con la protagonista. Este último es un lugar de ocio o vacaciones  que se puso de moda  en la segunda mitad del siglo XIX. Uno y otro espacio son microcosmos  de la  alta burguesía. En cuanto al tiempo histórico, la acción está situada en la misma época en que vivió la autora y en  que escribió el cuento: finales del siglo XIX.
El tiempo interno se distribuye en tres partes: el tiempo previo a la ceremonia y la ceremonia misma que se nos dan  como un ejercicio de imaginación de la narradora testigo. Se trata de unos largos  minutos. Tras el  no de Micaela transcurren tres años en los que se han ido apagando las murmuraciones. El encuentro entre Micaela y su amiga también se desarrolla en unos minutos.

 Estilo

 Por último, el estilo de la narración tiene todas las características propias de los textos realistas. Sencillez, sobriedad, búsqueda de la exactitud  y adecuación de la forma de hablar de los personajes a la clase social a la que pertenecen y a la situación comunicativa en la que se encuentran( por ejemplo la  conversación íntima de Micaelita y la narradora según las normas sociales de la época). Pese a su poca extensión son destacables las minuciosas descripciones que hace la narradora de los invitados o de la novia:

 “Figurábame el salón atestado, la escogida concurrencia, las señoras vestidas de seda y terciopelo, con collares de pedrería…”

 Conclusión

En conclusión, este cuento reúne las características generales del movimiento realista; en el trazo de los personajes y en la elección de los rasgos de la protagonista es indudable la novedad que ofrece esta narración  en España, ya que lleva explícita una defensa de la inteligencia, de la razón y de la libertad de las mujeres.



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domingo, 29 de abril de 2018

LISBON REVISITED (1928) de Fernando Pessoa / Traducción de José Antonio Llardent


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Nada me ata a nada.
Quiero cincuenta cosas al tiempo.
Con angustia del que tiene hambre de carne anhelo
no sé bien qué:
definidamente lo indefinido...
Duermo inquieto, y vivo en el soñar inquieto
de quien duerme inquieto, a medias soñando.

Me cerraron todas las puertas abstractas y necesarias.

Corrieron cortinas ante todas las hipótesis que podría ver en la calle.
En el callejón que yo encontré no hay el número de puerta que me dieron.

Desperté a la misma vida que me había adormecido.
Hasta mis ejércitos soñados sufrieron derrota.
Hasta mis sueños se sintieron falsos al ser soñados.
Hasta la vida tan sólo deseada me harta -hasta esa vida...

Comprendo a intervalos inconexos;

escribo en los lapsos de cansancio;
y es tedio hasta del tedio lo que me arroja a la playa.
No sé qué destino o futuro compete a mi angustia sin timón;
no sé que islas del Sur imposible me aguardan, náufrago;
o qué palmares de literatura me darán un verso al menos.

No, no sé esto, ni otra cosa, ni cosa alguna...
Y en el fondo de mi espíritu, donde sueño lo que soñé,
En los campos últimos del alma, donde memoro sin causa
(y el pasado es una niebla natural de lágrimas falsas),
en los caminos y atajos de las florestas lejanas
donde supuse mi ser,
huyen desmantelados, últimos restos
de la ilusión final,
mis ejércitos soñados, derrotados sin haber sido,
mis cohortes por existir, despedazadas en Dios.

Otra vez vuelvo a verte,

ciudad de mi infancia pavorosamente perdida...
Ciudad triste y alegre, otra vez sueño aquí...
¿Yo? Pero, ¿soy yo el mismo que aquí viví, y aquí volví,
y aquí volví a volver y volver,
y aquí de nuevo he vuelto a volver?
¿O todos los Yo que aquí estuve o estuvieron somos
una serie de cuentas-entes ensartadas en un hilo-memoria,
una serie de sueños de mí por alguien que está fuera de mí?

Otra vez vuelvo a verte
con el corazón más lejano, el alma menos mía.

Otra vez vuelvo a verte -Lisboa y Tajo y todo-
transeúnte inútil de ti y de mí,
extranjero aquí como en todas partes,
tan casual en la vida como en el alma,
fantasma errante por salones de recuerdos
con ruidos de ratas y de maderas que crujen
en el castillo maldito de tener que vivir...

Otra vez vuelvo a verte
sombra que pasa a través de sombras y brilla
un momento a una luz fúnebre desconocida
y entra en la noche cual estela de barco al perderse
en el agua que dejamos de oír...

Otra vez vuelvo a verte,
mas, ¡ay, a mí no vuelvo a verme!
Se rompió el espejo mágico en el que volvía a verme idéntico,
Y en cada fragmento fatídico veo sólo un pedazo de mí,
¡un pedazo de ti y de mí!...



Tabaquería, de Fernando Pessoa




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No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto de uno de los millones de gente que nadie sabe quién es
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle constantemente cruzada por la gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente evidente,
con el misterio de las cosas por lo bajo de las piedras y los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de nada.

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme
y no tuviese otra fraternidad con las cosas
que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
la fila de vagones de un tren, y una partida pintada
desde dentro de mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos a la ida.

Hoy me siento perplejo, como quien ha pensado y opinado y olvidado.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo
a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

He fracasado en todo.
Como no me hice ningún propósito, quizá todo no fuese nada.
El aprendizaje que me impartieron,
me apeé por la ventana de las traseras de la casa.
Me fui al campo con grandes proyectos.
Pero sólo encontré allí hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual que la otra.
Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar?
¿Qué sé yo del que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos!
¿Un genio? En este momento
cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo,
y la historia no distinguirá, ¿quién sabe?, ni a uno,
ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas convicciones!
Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos convincente?

No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no hay en estos momentos genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas-,
y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del sol verdadero
ni encontrarán quien les preste oídos?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que lo que hizo Napoleón.
He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto filosofías que ningún Kant ha escrito.
Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no ha nacido para eso;
seré siempre el que tenía condiciones;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta
y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámame la naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que tropieza en mi cabello,
y lo demás que venga si viene, o tiene que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolatinas, pequeña,
come chocolatinas!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que las chocolatinas,
mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Ojalá comiese yo chocolatinas con la misma verdad con que comes!
Pero yo pienso, y al quitarles la platilla, que es de papel de estaño,
lo tiro todo al suelo, lo mismo que he tirado la vida.)

Pero por lo menos queda de la amargura de lo que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico partido hacia lo Imposible.
Pero por lo menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble, al menos, en el gesto amplio con que tiro
la ropa sucia que soy, sin un papel, para el transcurrir de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega, concebida como una estatua que estuviese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y disimulada,
o marquesa del siglo dieciocho, descotada y lejana,
o meretriz célebre de los tiempos de nuestros padres,
o no sé qué moderno -no me imagino bien qué-,
todo esto, sea lo que sea, lo que seas, ¡si puede inspirar, que inspire!
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con absoluta claridad,
veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
veo a los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo a los perros que también existen,
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo.)

He vivido, estudiado, amado, y hasta creído,
y hoy no hay un mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
Miro los andrajos de cada uno y las llagas y la mentira,
y pienso: puede que nunca hayas vivido, ni estudiado, ni amado ni creído
(porque es posible crear la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
puede que hayas existido tan sólo, como un lagarto al que cortan el rabo
y que es un rabo, más acá del lagarto, removidamente.

He hecho de mí lo que no sabía,
y lo que podía hacer de mí no lo he hecho.
El disfraz que me puse estaba equivocado.
Me conocieron enseguida como quien no era y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme el antifaz,
lo tenía pegado a la cara.
Cuando me lo quité y me miré en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba borracho, no sabía llevar el dominó que no me había quitado.
Tiré el antifaz y me dormí en el vestuario
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para demostrar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá pudiera encontrarme como algo que hubiese hecho,
y no me quedase siempre enfrente de la tabaquería de enfrente,
pisoteando la conciencia de estar existiendo
como una alfombra en la que tropieza un borracho
o una estera que robaron los gitanos y no valía nada.

Pero el propietario de la tabaquería ha asomado por la puerta y se ha quedado a la puerta.
Le miro con incomodidad en la cabeza apenas vuelta,
y con la incomodidad del alma que está comprendiendo mal.
Morirá él y moriré yo.
Él dejará la muestra y yo dejaré versos.
En determinado momento morirá también la muestra, y los versos también.
Después de ese momento, morirá la calle donde estuvo la muestra,
y la lengua en que fueron escritos los versos,
morirá después el planeta girador en que sucedió todo esto.
En otros satélites de otros sistemas cualesquiera algo así como gente
continuará haciendo cosas semejantes a versos y viviendo debajo de cosas semejantes a muestras,
siempre una cosa enfrente de la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan verdadero como el sueño del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni la otra.

Pero un hombre ha entrado en la tabaquería (¿a comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente encima de mí.
Me incorporo a medias con energía, convencido, humano,
y voy a tratar de escribir estos versos en los que digo lo contrario.
Enciendo un cigarrillo al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo al humo como a una ruta propia,
y disfruto, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de encontrarse indispuesto.

Después me echo para atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras me lo conceda el destino seguiré fumando.
(Si me casase con la hija de mi lavandera
a lo mejor sería feliz.)
Visto lo cual, me levanto de la silla. Me voy a la ventana.

El hombre ha salido de la tabaquería (¿metiéndose el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, le conozco: es el Esteves sin metafísica.
(El propietario de la tabaquería ha llegado a la puerta.)
Como por una inspiración divina, Esteves se ha vuelto y me ha visto.
Me ha dicho adiós con la mano, le he gritado ¡Adiós, Esteves! , y el Universo
se me reconstruye sin ideales ni esperanza, y el propietario de la tabaquería se ha sonreído.







domingo, 22 de abril de 2018

Virginia Woolf: La muerte de la polilla






Resultado de imagen de una polilla atrapadaLas polillas que vuelan de día no han de llamarse polillas en puridad: no suscitan esa sensación placentera que es propia de las oscuras noches del otoño, de la hiedra florecida, que la más común de las polillas amarillas que se duerme a la sombra de las cortinas nunca deja de despertar en nosotros. Son criaturas híbridas, ni alegres como las mariposas, ni sombrías como las de su especie. No obstante, el espécimen de que se trata, con sus alas estrechas, del color del heno, ribeteadas por un filete del mismo color, parecía contentarse con la vida. Era una mañana plácida de mediados de septiembre, suave, benigna, aunque provista de un hálito más perceptible que el de los meses del verano. El arado ya iba dejando surcos en el campo frontero a la ventana, y allí por donde había pasado la reja estaba aplanada la tierra, que rebrillaba de humedad. Llegaba tal vigor de los campos y sembrados, y de los cerros de más allá, que se hacía difícil mantener la vista estrictamente clavada en el libro. También los grajos celebraban uno de sus festejos anuales: se alzaban por encima de las copas de los árboles hasta parecer una red inmensa, con miles de nudos negros, que se hubiera arrojado ingrávida al aire, aunque al cabo de unos minutos descendía despacio sobre los árboles hasta el punto de que cada rama parecía tener un nudo en el extremo. Acto seguido, de pronto, la red de nuevo era lanzada al aire, aunque trazando un círculo más ensanchado que antes, con tremendo clamor y griterío, como si el hecho de salir volando por los aires y asentarse despacio en las copas de los árboles fuera una experiencia tremendamente emocionante.
Esa misma energía que era inspiración de los grajos, de los labradores con los arados, de los caballos e incluso, parecía, de las colinas magras y peladas, ponía a la polilla a revolotear de un lado a otro del cuadrado del cristal de la ventana. Era imposible no mirarla. De hecho, se tenía conciencia de un extraño sentimiento de compasión por ella. Las posibilidades placenteras parecían esa mañana enormes y tan variadas que tener sólo el papel de una polilla en la vida, e incluso de una polilla diurna, se antojaba un duro destino, al tiempo que su afán en gozar de sus magras oportunidades al máximo era patético. Volaba vigorosamente hasta un rincón de su compartimento y, tras aguardar allí un segundo, lo atravesaba al vuelo hacia el contrario. ¿Qué le quedaba, salvo emprender el vuelo hacia el tercero, y de allí al cuarto? Nada más podía hacer, a pesar del tamaño de las colinas, la amplitud del cielo, el humo lejano de las casas, la romántica voz, de vez en cuando, de un vapor en alta mar. Y cuanto podía hacer lo hacía. Viéndola, daba la sensación de que una fibra delgadísima, pero pura, de la enorme energía del mundo, se hubiera insertado en ese cuerpecillo frágil y diminuto. Tantas veces como cruzó el cristal di en imaginar que un hilillo de luz vital se tornaba visible. Era poca cosa, o no era nada, salvo vida.
Con todo, por ser tan pequeña, por ser además una forma tan sencilla de la energía que rodaba al aire libre y llegaba por la ventana abierta y se abría camino por tantos pasillos angostos y por tantos corredores intrincados en mi propio cerebro, y en el de los demás seres humanos, había algo maravilloso a la par que patético en la polilla. Era como si alguien hubiera tomado un minúsculo abalorio de vida pura y lo hubiera adornado con toda la ligereza posible de vello y de plumas, y lo hubiera puesto a bailar y a zigzaguear con el fin de mostrarnos la verdadera naturaleza de la vida. Desplegada de ese modo era imposible pasar por alto su extrañeza. Tendemos a olvidarlo todo acerca de la vida, a verla abultada y deformada y esmaltada y grabada y adornada y recargada, de modo que ha de moverse y evolucionar con gran circunspección y dignidad. Asimismo, el pensamiento de que todo aquello que la vida sea ha nacido con una forma distinta de la que tiene nos lleva a contemplar las sencillas actividades de la polilla con una especie de compasión imprecisa.
Al cabo de un rato, aparentemente cansada de tanto bailar, se posó en el alféizar de la ventana, al sol, y como el extraño espectáculo pareciera terminado la olvidé. Luego, al alzar la vista, me llamó la atención. Trataba de reanudar el baile, pero parecía tan rígida o tan torpe que sólo atinaba a revolotear por la franja inferior de la ventana, y cuando trató de ir de un lado a otro fracasó visiblemente. Ocupada como estaba en otros asuntos, contemplé sus fútiles intentonas durante un rato sin pensar mucho en lo que veía, esperando inconscientemente que reanudase el vuelo, como espera una que una máquina que ha dejado momentáneamente de funcionar arranque de nuevo sin detenerse a considerar las razones de la parada. Al cabo tal vez del séptimo intento, cayó desde el travesaño de madera y, aleteando, fue a posarse, de espaldas, en el alféizar. El desamparo de su actitud me despertó del todo. Se me ocurrió que se hallaba en apuros; no podía ya levantarse; movía las patas en vano. Sin embargo, cuando alargué un lápiz con la intención de ayudarla a enderezarse, se me pasó por la cabeza que la torpeza y la imposibilidad eran sólo síntomas de una muerte inminente, de manera que dejé el lápiz sobre la mesa.
Agitó las patas una vez más. Busqué al enemigo contra el cual se debatía. Miré al exterior. ¿Qué había ocurrido allí? Presumiblemente estábamos a mediodía, por lo que el faenar en los campos había cesado. La quietud y la calma habían sustituido toda animación anterior. Las aves se habían alejado para hallar algo de comer en las cañadas. Los caballos estaban inmóviles. Con todo, el poder que allí se percibía era el mismo, amasado de puertas afuera con total indiferencia, de un modo impersonal, sin atender a nada en particular. Sin saber bien cómo, me pareció que era todo lo contrario que la pequeña polilla del color del heno. Era inútil intentar nada. Sólo se podía asistir a los extraordinarios esfuerzos que desarrollaba con las minúsculas patas en el aire, en contra de una condenación inminente que, si hubiera querido, podría haber sumergido a una ciudad entera, y no sólo a una ciudad, sino a una masa de seres humanos; nada, me di cuenta, nada tenía la menor posibilidad de salir victorioso ante la muerte. No obstante, tras una pausa producida por el agotamiento, volvió a menear las patas. Fue soberbia esa última protesta, tan soberbia que al fin logró enderezarse. Toda la simpatía de quien lo viese, por descontado, estaba de parte de la vida. Asimismo, cuando no hubiera nadie a quien importase, nadie que lo supiera, ese esfuerzo gigantesco por parte de la insignificante polilla frente a un poder de tal magnitud, un esfuerzo denodado por retener lo que nadie más valoraba, lo que nadie deseaba conservar, conmovía de un modo extraño. De algún modo, una volvía a ver la vida, un abalorio puro. Levanté de nuevo el lápiz, a pesar de saber que era inútil. Al hacerlo, las inconfundibles manifestaciones de la muerte volvieron a mostrarse. Se relajó el cuerpecillo y en el acto se volvió rígido. Había concluido toda pugna. La insignificante criatura ya conocía la muerte. Mientras miraba la polilla muerta, en ese instante caprichoso puro triunfo de una fuerza tan descomunal frente a tan mínimo enemigo, me embargó la maravilla. Así como la vida había sido algo extraño momentos antes, ahora la muerte no era menos extraña. Tras enderezarse la polilla, ahora yacía con toda decencia, compuesta, sin queja. Sí, así es, parecía decir: la muerte es más fuerte que yo.