domingo, 27 de mayo de 2018

Preguntas de un obrero que lee, de Bertolt Brecht



¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas?
En los libros aparecen los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió siempre a construir? ¿En qué casas
de la dorada Lima vivían los constructores?
¿A dónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada
la Muralla China? La gran Roma
está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?
¿Sobre quiénes
triunfaron los Césares? ¿Es que Bizancio, la tan cantada,
sólo tenía palacios para sus habitantes? Hasta en la
legendaria Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba, los que se hundían,
gritaban llamando a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él solo?
César derrotó a los galos.
¿No llevaba siquiera cocinero?
Felipe de España lloró cuando su flota
Fue hundida. ¿No lloró nadie más?
Federico II venció en la Guerra de los Siete Años
¿Quién
venció además de él?
Cada página una victoria.
¿Quién cocinó el banquete de la victoria?
Cada diez años un gran hombre.
¿Quién pagó los gastos?
Tantas historias.
Tantas preguntas.

sábado, 26 de mayo de 2018

COMENTARIO DE TEXTO: EL ENCAJE ROTO. EMILIA PARDO BAZÁN

TEXTO

Convidada a la boda de Micaelita Aránguiz con Bernardo de Meneses, y no habiendo podido asistir, grande fue mi sorpresa cuando supe al día siguiente -la ceremonia debía verificarse a las diez de la noche en casa de la novia- que ésta, al pie mismo del altar, al preguntarle el obispo de San Juan de Acre si recibía a Bernardo por esposo, soltó un «no» claro y enérgico; y como reiterada con extrañeza la pregunta, se repitiese la negativa, el novio, después de arrostrar un cuarto de hora la situación más ridícula del mundo, tuvo que retirarse, deshaciéndose la reunión y el enlace a la vez.

No son inauditos casos tales, y solemos leerlos en los periódicos; pero ocurren entre gente de clase humilde, de muy modesto estado, en esferas donde las conveniencias sociales no embarazan la manifestación franca y espontánea del sentimiento y de la voluntad.

Lo peculiar de la escena provocada por Micaelita era el medio ambiente en que se desarrolló. Parecíame ver el cuadro, y no podía consolarme de no haberlo contemplado por mis propios ojos. Figurábame el salón atestado, la escogida concurrencia, las señoras vestidas de seda y terciopelo, con collares de pedrería; al brazo la mantilla blanca para tocársela en el momento de la ceremonia; los hombres, con resplandecientes placas o luciendo veneras de órdenes militares en el delantero del frac; la madre de la novia, ricamente prendida, atareada, solícita, de grupo en grupo, recibiendo felicitaciones; las hermanitas, conmovidas, muy monas, de rosa la mayor, de azul la menor, ostentando los brazaletes de turquesas, regalo del cuñado futuro; el obispo que ha de bendecir la boda, alternando grave y afablemente, sonriendo, dignándose soltar chanzas urbanas o discretos elogios, mientras allá, en el fondo, se adivina el misterio del oratorio revestido de flores, una inundación de rosas blancas, desde el suelo hasta la cupulilla, donde convergen radios de rosas y de lilas como la nieve, sobre rama verde, artísticamente dispuesta, y en el altar, la efigie de la Virgen protectora de la aristocrática mansión, semioculta por una cortina de azahar, el contenido de un departamento lleno de azahar que envió de Valencia el riquísimo propietario Aránguiz, tío y padrino de la novia, que no vino en persona por viejo y achacoso -detalles que corren de boca en boca, calculándose la magnífica herencia que corresponderá a Micaelita, una esperanza más de ventura para el matrimonio, el cual irá a Valencia a pasar su luna de miel-. En un grupo de hombres me representaba al novio algo nervioso, ligeramente pálido, mordiéndose el bigote sin querer, inclinando la cabeza para contestar a las delicadas bromas y a las frases halagüeñas que le dirigen...

Y, por último, veía aparecer en el marco de la puerta que da a las habitaciones interiores una especie de aparición, la novia, cuyas facciones apenas se divisan bajo la nubecilla del tul, y que pasa haciendo crujir la seda de su traje, mientras en su pelo brilla, como sembrado de rocío, la roca antigua del aderezo nupcial... Y ya la ceremonia se organiza, la pareja avanza conducida con los padrinos, la cándida figura se arrodilla al lado de la esbelta y airosa del novio... Apíñase en primer término la familia, buscando buen sitio para ver amigos y curiosos, y entre el silencio y la respetuosa atención de los circunstantes.... el obispo formula una interrogación, a la cual responde un «no» seco como un disparo, rotundo como una bala. Y -siempre con la imaginación- notaba el movimiento del novio, que se revuelve herido; el ímpetu de la madre, que se lanza para proteger y amparar a su hija; la insistencia del obispo, forma de su asombro; el estremecimiento del concurso; el ansia de la pregunta transmitida en un segundo: «¿Qué pasa? ¿Qué hay? ¿La novia se ha puesto mala? ¿Que dice «no»? Imposible... Pero ¿es seguro? ¡Qué episodio!... «

Todo esto, dentro de la vida social, constituye un terrible drama. Y en el caso de Micaelita, al par que drama, fue logogrifo. Nunca llegó a saberse de cierto la causa de la súbita negativa.

Micaelita se limitaba a decir que había cambiado de opinión y que era bien libre y dueña de volverse atrás, aunque fuese al pie del ara, mientras el «sí» no hubiese partido de sus labios. Los íntimos de la casa se devanaban los sesos, emitiendo suposiciones inverosímiles. Lo indudable era que todos vieron, hasta el momento fatal, a los novios satisfechos y amarteladísimos; y las amiguitas que entraron a admirar a la novia engalanada, minutos antes del escandalo, referían que estaba loca de contento y tan ilusionada y satisfecha, que no se cambiaría por nadie. Datos eran éstos para oscurecer más el extraño enigma que por largo tiempo dio pábulo a la murmuración, irritada con el misterio y dispuesta a explicarlo desfavorablemente.

A los tres años -cuando ya casi nadie iba acordándose del sucedido de las bodas de Micaelita-, me la encontré en un balneario de moda donde su madre tomaba las aguas. No hay cosa que facilite las relaciones como la vida de balneario, y la señorita de Aránguiz se hizo tan íntima mía, que una tarde paseando hacia la iglesia, me reveló su secreto, afirmando que me permite divulgarlo, en la seguridad de que explicación tan sencilla no será creída por nadie.

-Fue la cosa más tonta... De puro tonta no quise decirla; la gente siempre atribuye los sucesos a causas profundas y trascendentales, sin reparar en que a veces nuestro destino lo fijan las niñerías, las «pequeñeces» más pequeñas... Pero son pequeñeces que significan algo, y para ciertas personas significan demasiado. Verá usted lo que pasó: y no concibo que no se enterase nadie, porque el caso ocurrió allí mismo, delante de todos; solo que no se fijaron porque fue, realmente, un decir Jesús.

Ya sabe usted que mi boda con Bernardo de Meneses parecía reunir todas las condiciones y garantías de felicidad. Además, confieso que mi novio me gustaba mucho, más que ningún hombre de los que conocía y conozco; creo que estaba enamorada de él. Lo único que sentía era no poder estudiar su carácter; algunas personas le juzgaban violento; pero yo le veía siempre cortés, deferente, blando como un guante. Y recelaba que adoptase apariencias destinadas a engañarme y a encubrir una fiera y avinagrada condición. Maldecía yo mil veces la sujeción de la mujer soltera, para la cual es imposible seguir los pasos a su novio, ahondar en la realidad y obtener informes leales, sinceros hasta la crudeza -los únicos que me tranquilizarían-. Intenté someter a varias pruebas a Bernardo, y salió bien de ellas; su conducta fue tan correcta, que llegué a creer que podía fiarle sin temor alguno mi porvenir y mi dicha.

Llegó el día de la boda. A pesar de la natural emoción, al vestirme el traje blanco reparé una vez más en el soberbio volante de encaje que lo adornaba, y era el regalo de mi novio. Había pertenecido a su familia aquel viejo Alençón auténtico, de una tercia de ancho -una maravilla-, de un dibujo exquisito, perfectamente conservado, digno del escaparate de un museo. Bernardo me lo había regalado encareciendo su valor, lo cual llegó a impacientarme, pues por mucho que el encaje valiese, mi futuro debía suponer que era poco para mí.

En aquel momento solemne, al verlo realzado por el denso raso del vestido, me pareció que la delicadísima labor significaba una promesa de ventura y que su tejido, tan frágil y a la vez tan resistente, prendía en sutiles mallas dos corazones. Este sueño me fascinaba cuando eché a andar hacia el salón, en cuya puerta me esperaba mi novio. Al precipitarme para saludarle llena de alegría por última vez, antes de pertenecerle en alma y cuerpo, el encaje se enganchó en un hierro de la puerta, con tan mala suerte, que al quererme soltar oí el ruido peculiar del desgarrón y pude ver que un jirón del magnífico adorno colgaba sobre la falda. Solo que también vi otra cosa: la cara de Bernardo, contraída y desfigurada por el enojo más vivo; sus pupilas chispeantes, su boca entreabierta ya para proferir la reconvención y la injuria... No llegó a tanto porque se encontró rodeado de gente; pero en aquel instante fugaz se alzó un telón y detrás apareció desnuda un alma.

Debí de inmutarme; por fortuna, el tul de mi velo me cubría el rostro. En mi interior algo crujía y se despedazaba, y el júbilo con que atravesé el umbral del salón se cambió en horror profundo. Bernardo se me aparecía siempre con aquella expresión de ira, dureza y menosprecio que acababa de sorprender en su rostro; esta convicción se apoderó de mí, y con ella vino otra: la de que no podía, la de que no quería entregarme a tal hombre, ni entonces, ni jamás... Y, sin embargo, fui acercándome al altar, me arrodillé, escuché las exhortaciones del obispo... Pero cuando me preguntaron, la verdad me saltó a los labios, impetuosa, terrible... Aquel «no» brotaba sin proponérmelo; me lo decía a mí propia.... ¡para que lo oyesen todos!

-¿Y por qué no declaró usted el verdadero motivo, cuando tantos comentarios se hicieron?

-Lo repito: por su misma sencillez... No se hubiesen convencido jamás. Lo natural y vulgar es lo que no se admite. Preferí dejar creer que había razones de esas que llaman serias...

«El Liberal», 19 septiembre 1897.



COMENTARIO DE TEXTO 
El encaje roto, de Emilia Pardo Bazán

 Contextualización

El texto que vamos a comentar,  El encaje roto, fue escrito por  Emilia Pardo Bazán, autora española perteneciente al Realismo, en su variante naturalista. Realismo  y  Naturalismo  se desarrollaron en España  en las últimas décadas del siglo XIX por  influencia especialmente  de la literatura francesa. Históricamente su triunfo  está ligado al afianzamiento de la burguesía como clase dominante tras la Revolución de 1868. Este movimiento literario burgués  tomó la búsqueda de la objetividad  en la reproducción de la realidad como fundamento de la actividad literaria.  Para alcanzar tal objetivo, los realistas y naturalistas  se basaban en la observación, la documentación y la experimentación, imitando en esto a las ciencias que por entonces cosechaban éxito y prestigio.

 La autora de  El encaje roto es  junto a  Benito Pérez  Galdós y Leopoldo Alas Clarín  una de las principales representantes del  Realismo y el Naturalismo en España.  Nació en La Coruña en 1851 y murió en Madrid en 1921. Proveniente de una familia de la aristocracia gallega, su padre le proporcionó  una magnífica educación -cosa poco común entre las mujeres de la época- y  fomentó  en ella  el amor por la literatura. Pardo Bazán fue una extraordinaria lectora desde su infancia. También intervino desde muy joven en la vida literaria española. Además de su intensa  labor literaria (novelas, cuentos, teatro, crítica literaria, ensayos), publicó regularmente  artículos en los periódicos, participó en tertulias  y dio  numerosas conferencias. Por  una serie de artículos sobre el naturalismo francés, recopilados bajo el título de La  cuestión palpitante  se la considera la introductora de este movimiento en España. También es considerada  una de las primeras escritoras españolas que  luchó por los derechos de las mujeres. Entre sus novelas destacan La tribuna  (1883) y Los pazos de Ulloa  (1886). En los últimos años se han puesto en valor su faceta de cuentista por su calidad y por abordar de una manera muy moderna asuntos sociales sobre las mujeres, uno de los cuentos más comentados ha sido El encaje roto.

Argumento y estructura

Su cuento, El encaje roto, se centra en lo sucedido durante la  boda de Micaela Aránguiz  con  Bernardo de Meneses. La novia  dio en el altar un  no  rotundo a su prometido ante el desconcierto de éste y de los invitados.  Al plantón le siguieron   toda clase de murmuraciones sobre los motivos de Micaela. Pasados tres años,  una amiga  encontró  a la novia en un balneario y esta le confesó  la verdadera razón de su  no:  Meneses la había mirado con un   menosprecio y una ira  aterradores  cuando a Micaela se le había rasgado  el  encaje que portaba, una  prenda que había pertenecido a la   familia Meneses y que este  le había regalado a su prometida. En ese gesto se le había revelado a Micaela el carácter oculto de su futuro marido,  el de un ser dominante y violento  con el que no quería compartir el resto de su vida.

 En la estructura de este cuento se distinguen dos partes: la primera, la de la boda misma que no se consuma por el no de la novia;  y la segunda,  la del encuentro de Micaela  con la amiga en el que se revela el motivo de la ruptura.

 Temas

El tema fundamental  es la  necesidad vital  de conocer  la realidad  para decidir libremente,  la necesidad de saber  cómo son realmente los individuos y actuar en función de ello. Micaela Aránguiz había  intentado conocer a su prometido antes de la boda. Para ella el misterio no constituía ningún aliciente, sino un inconveniente. Se había  conducido  en su noviazgo con un espíritu  realista:  “se documentó”, experimentó ( lo sometió a varias pruebas) y lo observó en la medida de lo posible, pero las convenciones sociales, las limitaciones impuestas a las mujeres, la hipocresía propia del noviazgo le habían impedido llegar a la verdad. Para el realista, la tarea de los individuos es buscar la verdad que se esconde bajo la superficie, bajo el barniz público y que solo un buen observador de los detalles significativos puede descubrir .  Dice Micaela: “Lo único que sentía era no poder estudiar su carácter;  algunas personas le juzgaban violento; pero yo le veía siempre cortés, deferente, blando como un guante. Y recelaba que adoptase apariencias destinadas a engañarme y a encubrir una fiera y avinagrada condición. Maldecía yo mil veces la sujeción de la mujer soltera, para la cual es imposible seguir los pasos a su novio, ahondar en la realidad y obtener informes leales, sinceros hasta la crudeza -los únicos que me tranquilizarían-. Intenté someter a varias pruebas a Bernardo, y salió bien de ellas; su conducta fue tan correcta, que llegué a creer que podía fiarle sin temor alguno mi porvenir y mi dicha “. No se trata aquí de una ruptura con las normas  al modo romántico: son  la razón y el conocimiento  los que llevan a Micaela a tomar esa decisión tan poco convencional. Es decir, a su sentimiento (estaba enamorada de Meneses) se impone  su razonamiento. Podrían haber pesado en el ánimo de la protagonista  los intereses materiales  y familiares que estaban en  la base  de su matrimonio burgués, pero Micaela antepone  otro tipo de bienestar.

 Intencionalidad

 Asimismo,  en la acción de Micaela  se está proponiendo un nuevo modelo de relación hombre-mujer más sincera,  más abierta, más realista. No olvidemos que muchos escritores del Realismo eran  socialmente reformistas: reflejaban la realidad como era, pero también deseaban que algunos aspectos de esa realidad fuese cambiando. En el caso de Pardo Bazán , recordemos  su defensa de la  valía e independencia  intelectual de las mujeres.

 Personajes  y tipo de narrador

 En cuanto a los personajes, como se desprende de lo ya dicho, pertenecen a la alta burguesía, tal  vez  a la  aristocracia.  La minuciosa descripción de  los invitados  no deja lugar a dudas sobre la riqueza de los contrayentes así como la información que se nos da sobre el valor del encaje o la herencia que recibirá Micaelita de un tío riquísimo de Valencia. La pareja parecía reunir todos las características que la burguesía de la época tenía por requisitos: riqueza material, buena posición  social  y enamoramiento al menos formal.  Se sugiere que Bernardo era de familia de  viejo abolengo y Micaelita pone más dinero.
  La protagonista, Micaela Aránguiz, se nos muestra como una novia ilusionada, enamorada, radiante, pero siempre con la razón alerta. No es la muchacha crédula y confiada de la novela romántica, sus sentimientos son comedidos y revisables. Su rasgo fundamental es su independencia de juicio,  su valor ante las críticas , su capacidad de observación, la confianza en su propia razón, la claridad con que sabe lo que busca en la vida. El cuento es muy breve, pero podemos hablar de personaje redondo, que evoluciona. A Micaela la conocemos por las descripciones que hace de ella la narradora testigo y por  el diálogo que mantiene en la segunda parte con su amiga.
La imagen de Bernardo de Meneses se la va haciendo el lector a partir de la información dada por la narradora testigo , por las palabras de Micaela Aránguiz y  por la opiniones que está recabó   de otros ( decían algunos que era violento). Obsérvese que no contamos con el punto de vista de Bernardo de Meneses. De lo dicho por  la narradora y  por la protagonista deducimos que es un  hombre orgulloso de sus antepasados y de su clase social  y que bajo una apariencia de educación exquisita esconde un carácter violento y dominante .
El tercer personaje es la propia narradora testigo en primera `persona  , es decir, una narradora que apenas tiene influencia en los hechos  y que sabe solo de estos  por su observación y su indagación. A este personaje narrador lo caracterizan su ironía,  su curiosidad,  su capacidad de observación y  su deseo de conocer las verdaderas motivaciones de las acciones de los demás. Comparte rasgos con la protagonista y seguramente con la autora de la narración. Los invitados  o el obispo que describe la narradora son personajes  episódicos necesarios para crear el ambiente social  y el contraste  entre lo que se espera que suceda y lo que sucede.

Marco: espacio y tiempo

 La acción se desarrolla en dos espacios: el salón de la casa de Micaela Aránguiz donde están los invitados  y a cuyo fondo hay un oratorio,  y el balneario en el que la narradora se encuentra con la protagonista. Este último es un lugar de ocio o vacaciones  que se puso de moda  en la segunda mitad del siglo XIX. Uno y otro espacio son microcosmos  de la  alta burguesía. En cuanto al tiempo histórico, la acción está situada en la misma época en que vivió la autora y en  que escribió el cuento: finales del siglo XIX.
El tiempo interno se distribuye en tres partes: el tiempo previo a la ceremonia y la ceremonia misma que se nos dan  como un ejercicio de imaginación de la narradora testigo. Se trata de unos largos  minutos. Tras el  no de Micaela transcurren tres años en los que se han ido apagando las murmuraciones. El encuentro entre Micaela y su amiga también se desarrolla en unos minutos.

 Estilo

 Por último, el estilo de la narración tiene todas las características propias de los textos realistas. Sencillez, sobriedad, búsqueda de la exactitud  y adecuación de la forma de hablar de los personajes a la clase social a la que pertenecen y a la situación comunicativa en la que se encuentran( por ejemplo la  conversación íntima de Micaelita y la narradora según las normas sociales de la época). Pese a su poca extensión son destacables las minuciosas descripciones que hace la narradora de los invitados o de la novia:

 “Figurábame el salón atestado, la escogida concurrencia, las señoras vestidas de seda y terciopelo, con collares de pedrería…”

 Conclusión

En conclusión, este cuento reúne las características generales del movimiento realista; en el trazo de los personajes y en la elección de los rasgos de la protagonista es indudable la novedad que ofrece esta narración  en España, ya que lleva explícita una defensa de la inteligencia, de la razón y de la libertad de las mujeres.



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domingo, 29 de abril de 2018

LISBON REVISITED (1928) de Fernando Pessoa / Traducción de José Antonio Llardent


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Nada me ata a nada.
Quiero cincuenta cosas al tiempo.
Con angustia del que tiene hambre de carne anhelo
no sé bien qué:
definidamente lo indefinido...
Duermo inquieto, y vivo en el soñar inquieto
de quien duerme inquieto, a medias soñando.

Me cerraron todas las puertas abstractas y necesarias.

Corrieron cortinas ante todas las hipótesis que podría ver en la calle.
En el callejón que yo encontré no hay el número de puerta que me dieron.

Desperté a la misma vida que me había adormecido.
Hasta mis ejércitos soñados sufrieron derrota.
Hasta mis sueños se sintieron falsos al ser soñados.
Hasta la vida tan sólo deseada me harta -hasta esa vida...

Comprendo a intervalos inconexos;

escribo en los lapsos de cansancio;
y es tedio hasta del tedio lo que me arroja a la playa.
No sé qué destino o futuro compete a mi angustia sin timón;
no sé que islas del Sur imposible me aguardan, náufrago;
o qué palmares de literatura me darán un verso al menos.

No, no sé esto, ni otra cosa, ni cosa alguna...
Y en el fondo de mi espíritu, donde sueño lo que soñé,
En los campos últimos del alma, donde memoro sin causa
(y el pasado es una niebla natural de lágrimas falsas),
en los caminos y atajos de las florestas lejanas
donde supuse mi ser,
huyen desmantelados, últimos restos
de la ilusión final,
mis ejércitos soñados, derrotados sin haber sido,
mis cohortes por existir, despedazadas en Dios.

Otra vez vuelvo a verte,

ciudad de mi infancia pavorosamente perdida...
Ciudad triste y alegre, otra vez sueño aquí...
¿Yo? Pero, ¿soy yo el mismo que aquí viví, y aquí volví,
y aquí volví a volver y volver,
y aquí de nuevo he vuelto a volver?
¿O todos los Yo que aquí estuve o estuvieron somos
una serie de cuentas-entes ensartadas en un hilo-memoria,
una serie de sueños de mí por alguien que está fuera de mí?

Otra vez vuelvo a verte
con el corazón más lejano, el alma menos mía.

Otra vez vuelvo a verte -Lisboa y Tajo y todo-
transeúnte inútil de ti y de mí,
extranjero aquí como en todas partes,
tan casual en la vida como en el alma,
fantasma errante por salones de recuerdos
con ruidos de ratas y de maderas que crujen
en el castillo maldito de tener que vivir...

Otra vez vuelvo a verte
sombra que pasa a través de sombras y brilla
un momento a una luz fúnebre desconocida
y entra en la noche cual estela de barco al perderse
en el agua que dejamos de oír...

Otra vez vuelvo a verte,
mas, ¡ay, a mí no vuelvo a verme!
Se rompió el espejo mágico en el que volvía a verme idéntico,
Y en cada fragmento fatídico veo sólo un pedazo de mí,
¡un pedazo de ti y de mí!...



Tabaquería, de Fernando Pessoa




Resultado de imagen de tabaquería de pessoa
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto de uno de los millones de gente que nadie sabe quién es
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle constantemente cruzada por la gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente evidente,
con el misterio de las cosas por lo bajo de las piedras y los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de nada.

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme
y no tuviese otra fraternidad con las cosas
que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
la fila de vagones de un tren, y una partida pintada
desde dentro de mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos a la ida.

Hoy me siento perplejo, como quien ha pensado y opinado y olvidado.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo
a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

He fracasado en todo.
Como no me hice ningún propósito, quizá todo no fuese nada.
El aprendizaje que me impartieron,
me apeé por la ventana de las traseras de la casa.
Me fui al campo con grandes proyectos.
Pero sólo encontré allí hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual que la otra.
Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar?
¿Qué sé yo del que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos!
¿Un genio? En este momento
cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo,
y la historia no distinguirá, ¿quién sabe?, ni a uno,
ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas convicciones!
Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos convincente?

No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no hay en estos momentos genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas-,
y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del sol verdadero
ni encontrarán quien les preste oídos?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que lo que hizo Napoleón.
He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto filosofías que ningún Kant ha escrito.
Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no ha nacido para eso;
seré siempre el que tenía condiciones;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta
y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámame la naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que tropieza en mi cabello,
y lo demás que venga si viene, o tiene que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolatinas, pequeña,
come chocolatinas!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que las chocolatinas,
mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Ojalá comiese yo chocolatinas con la misma verdad con que comes!
Pero yo pienso, y al quitarles la platilla, que es de papel de estaño,
lo tiro todo al suelo, lo mismo que he tirado la vida.)

Pero por lo menos queda de la amargura de lo que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico partido hacia lo Imposible.
Pero por lo menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble, al menos, en el gesto amplio con que tiro
la ropa sucia que soy, sin un papel, para el transcurrir de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega, concebida como una estatua que estuviese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y disimulada,
o marquesa del siglo dieciocho, descotada y lejana,
o meretriz célebre de los tiempos de nuestros padres,
o no sé qué moderno -no me imagino bien qué-,
todo esto, sea lo que sea, lo que seas, ¡si puede inspirar, que inspire!
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con absoluta claridad,
veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
veo a los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo a los perros que también existen,
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo.)

He vivido, estudiado, amado, y hasta creído,
y hoy no hay un mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
Miro los andrajos de cada uno y las llagas y la mentira,
y pienso: puede que nunca hayas vivido, ni estudiado, ni amado ni creído
(porque es posible crear la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
puede que hayas existido tan sólo, como un lagarto al que cortan el rabo
y que es un rabo, más acá del lagarto, removidamente.

He hecho de mí lo que no sabía,
y lo que podía hacer de mí no lo he hecho.
El disfraz que me puse estaba equivocado.
Me conocieron enseguida como quien no era y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme el antifaz,
lo tenía pegado a la cara.
Cuando me lo quité y me miré en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba borracho, no sabía llevar el dominó que no me había quitado.
Tiré el antifaz y me dormí en el vestuario
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para demostrar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá pudiera encontrarme como algo que hubiese hecho,
y no me quedase siempre enfrente de la tabaquería de enfrente,
pisoteando la conciencia de estar existiendo
como una alfombra en la que tropieza un borracho
o una estera que robaron los gitanos y no valía nada.

Pero el propietario de la tabaquería ha asomado por la puerta y se ha quedado a la puerta.
Le miro con incomodidad en la cabeza apenas vuelta,
y con la incomodidad del alma que está comprendiendo mal.
Morirá él y moriré yo.
Él dejará la muestra y yo dejaré versos.
En determinado momento morirá también la muestra, y los versos también.
Después de ese momento, morirá la calle donde estuvo la muestra,
y la lengua en que fueron escritos los versos,
morirá después el planeta girador en que sucedió todo esto.
En otros satélites de otros sistemas cualesquiera algo así como gente
continuará haciendo cosas semejantes a versos y viviendo debajo de cosas semejantes a muestras,
siempre una cosa enfrente de la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan verdadero como el sueño del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni la otra.

Pero un hombre ha entrado en la tabaquería (¿a comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente encima de mí.
Me incorporo a medias con energía, convencido, humano,
y voy a tratar de escribir estos versos en los que digo lo contrario.
Enciendo un cigarrillo al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo al humo como a una ruta propia,
y disfruto, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de encontrarse indispuesto.

Después me echo para atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras me lo conceda el destino seguiré fumando.
(Si me casase con la hija de mi lavandera
a lo mejor sería feliz.)
Visto lo cual, me levanto de la silla. Me voy a la ventana.

El hombre ha salido de la tabaquería (¿metiéndose el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, le conozco: es el Esteves sin metafísica.
(El propietario de la tabaquería ha llegado a la puerta.)
Como por una inspiración divina, Esteves se ha vuelto y me ha visto.
Me ha dicho adiós con la mano, le he gritado ¡Adiós, Esteves! , y el Universo
se me reconstruye sin ideales ni esperanza, y el propietario de la tabaquería se ha sonreído.







domingo, 22 de abril de 2018

Virginia Woolf: La muerte de la polilla






Resultado de imagen de una polilla atrapadaLas polillas que vuelan de día no han de llamarse polillas en puridad: no suscitan esa sensación placentera que es propia de las oscuras noches del otoño, de la hiedra florecida, que la más común de las polillas amarillas que se duerme a la sombra de las cortinas nunca deja de despertar en nosotros. Son criaturas híbridas, ni alegres como las mariposas, ni sombrías como las de su especie. No obstante, el espécimen de que se trata, con sus alas estrechas, del color del heno, ribeteadas por un filete del mismo color, parecía contentarse con la vida. Era una mañana plácida de mediados de septiembre, suave, benigna, aunque provista de un hálito más perceptible que el de los meses del verano. El arado ya iba dejando surcos en el campo frontero a la ventana, y allí por donde había pasado la reja estaba aplanada la tierra, que rebrillaba de humedad. Llegaba tal vigor de los campos y sembrados, y de los cerros de más allá, que se hacía difícil mantener la vista estrictamente clavada en el libro. También los grajos celebraban uno de sus festejos anuales: se alzaban por encima de las copas de los árboles hasta parecer una red inmensa, con miles de nudos negros, que se hubiera arrojado ingrávida al aire, aunque al cabo de unos minutos descendía despacio sobre los árboles hasta el punto de que cada rama parecía tener un nudo en el extremo. Acto seguido, de pronto, la red de nuevo era lanzada al aire, aunque trazando un círculo más ensanchado que antes, con tremendo clamor y griterío, como si el hecho de salir volando por los aires y asentarse despacio en las copas de los árboles fuera una experiencia tremendamente emocionante.
Esa misma energía que era inspiración de los grajos, de los labradores con los arados, de los caballos e incluso, parecía, de las colinas magras y peladas, ponía a la polilla a revolotear de un lado a otro del cuadrado del cristal de la ventana. Era imposible no mirarla. De hecho, se tenía conciencia de un extraño sentimiento de compasión por ella. Las posibilidades placenteras parecían esa mañana enormes y tan variadas que tener sólo el papel de una polilla en la vida, e incluso de una polilla diurna, se antojaba un duro destino, al tiempo que su afán en gozar de sus magras oportunidades al máximo era patético. Volaba vigorosamente hasta un rincón de su compartimento y, tras aguardar allí un segundo, lo atravesaba al vuelo hacia el contrario. ¿Qué le quedaba, salvo emprender el vuelo hacia el tercero, y de allí al cuarto? Nada más podía hacer, a pesar del tamaño de las colinas, la amplitud del cielo, el humo lejano de las casas, la romántica voz, de vez en cuando, de un vapor en alta mar. Y cuanto podía hacer lo hacía. Viéndola, daba la sensación de que una fibra delgadísima, pero pura, de la enorme energía del mundo, se hubiera insertado en ese cuerpecillo frágil y diminuto. Tantas veces como cruzó el cristal di en imaginar que un hilillo de luz vital se tornaba visible. Era poca cosa, o no era nada, salvo vida.
Con todo, por ser tan pequeña, por ser además una forma tan sencilla de la energía que rodaba al aire libre y llegaba por la ventana abierta y se abría camino por tantos pasillos angostos y por tantos corredores intrincados en mi propio cerebro, y en el de los demás seres humanos, había algo maravilloso a la par que patético en la polilla. Era como si alguien hubiera tomado un minúsculo abalorio de vida pura y lo hubiera adornado con toda la ligereza posible de vello y de plumas, y lo hubiera puesto a bailar y a zigzaguear con el fin de mostrarnos la verdadera naturaleza de la vida. Desplegada de ese modo era imposible pasar por alto su extrañeza. Tendemos a olvidarlo todo acerca de la vida, a verla abultada y deformada y esmaltada y grabada y adornada y recargada, de modo que ha de moverse y evolucionar con gran circunspección y dignidad. Asimismo, el pensamiento de que todo aquello que la vida sea ha nacido con una forma distinta de la que tiene nos lleva a contemplar las sencillas actividades de la polilla con una especie de compasión imprecisa.
Al cabo de un rato, aparentemente cansada de tanto bailar, se posó en el alféizar de la ventana, al sol, y como el extraño espectáculo pareciera terminado la olvidé. Luego, al alzar la vista, me llamó la atención. Trataba de reanudar el baile, pero parecía tan rígida o tan torpe que sólo atinaba a revolotear por la franja inferior de la ventana, y cuando trató de ir de un lado a otro fracasó visiblemente. Ocupada como estaba en otros asuntos, contemplé sus fútiles intentonas durante un rato sin pensar mucho en lo que veía, esperando inconscientemente que reanudase el vuelo, como espera una que una máquina que ha dejado momentáneamente de funcionar arranque de nuevo sin detenerse a considerar las razones de la parada. Al cabo tal vez del séptimo intento, cayó desde el travesaño de madera y, aleteando, fue a posarse, de espaldas, en el alféizar. El desamparo de su actitud me despertó del todo. Se me ocurrió que se hallaba en apuros; no podía ya levantarse; movía las patas en vano. Sin embargo, cuando alargué un lápiz con la intención de ayudarla a enderezarse, se me pasó por la cabeza que la torpeza y la imposibilidad eran sólo síntomas de una muerte inminente, de manera que dejé el lápiz sobre la mesa.
Agitó las patas una vez más. Busqué al enemigo contra el cual se debatía. Miré al exterior. ¿Qué había ocurrido allí? Presumiblemente estábamos a mediodía, por lo que el faenar en los campos había cesado. La quietud y la calma habían sustituido toda animación anterior. Las aves se habían alejado para hallar algo de comer en las cañadas. Los caballos estaban inmóviles. Con todo, el poder que allí se percibía era el mismo, amasado de puertas afuera con total indiferencia, de un modo impersonal, sin atender a nada en particular. Sin saber bien cómo, me pareció que era todo lo contrario que la pequeña polilla del color del heno. Era inútil intentar nada. Sólo se podía asistir a los extraordinarios esfuerzos que desarrollaba con las minúsculas patas en el aire, en contra de una condenación inminente que, si hubiera querido, podría haber sumergido a una ciudad entera, y no sólo a una ciudad, sino a una masa de seres humanos; nada, me di cuenta, nada tenía la menor posibilidad de salir victorioso ante la muerte. No obstante, tras una pausa producida por el agotamiento, volvió a menear las patas. Fue soberbia esa última protesta, tan soberbia que al fin logró enderezarse. Toda la simpatía de quien lo viese, por descontado, estaba de parte de la vida. Asimismo, cuando no hubiera nadie a quien importase, nadie que lo supiera, ese esfuerzo gigantesco por parte de la insignificante polilla frente a un poder de tal magnitud, un esfuerzo denodado por retener lo que nadie más valoraba, lo que nadie deseaba conservar, conmovía de un modo extraño. De algún modo, una volvía a ver la vida, un abalorio puro. Levanté de nuevo el lápiz, a pesar de saber que era inútil. Al hacerlo, las inconfundibles manifestaciones de la muerte volvieron a mostrarse. Se relajó el cuerpecillo y en el acto se volvió rígido. Había concluido toda pugna. La insignificante criatura ya conocía la muerte. Mientras miraba la polilla muerta, en ese instante caprichoso puro triunfo de una fuerza tan descomunal frente a tan mínimo enemigo, me embargó la maravilla. Así como la vida había sido algo extraño momentos antes, ahora la muerte no era menos extraña. Tras enderezarse la polilla, ahora yacía con toda decencia, compuesta, sin queja. Sí, así es, parecía decir: la muerte es más fuerte que yo.







sábado, 21 de abril de 2018

Venus y Adonis o la fugacidad de la alegría, de L.U.

Una luz intensa se posa en el cuadro de Venus y Adonis de Tiziano. Los dos cobran lentamente vida y salen desorientados del marco.Ya fuera de él se abrazan. De la lejanía viene un sonido de bombas.)

Venus._ ¡Adonis! No me lo puedo creer,  después de tanto tiempo... ¡No te imaginas lo que he esperado este momento! 
Adonis._ ¡Venus! Por fin voy a poder tocarte, besarte, olerte el pelo...  (Se abrazan y se mantienen muy cerca el uno del otro).
Venus._No me acordaba de lo bien que olías y lo suave que es tu piel;  te echaba tanto de menos...
Resultado de imagen de la bacanal de tizianoAdonis._ Entonces , ¿a qué estás esperando para besarme? ( Se besaron durante un largo tiempo apasionadamente).
Venus._ (Sonrió y de repente una gran explosión de fuera los asustó y al momento los separaron) ¿Qué ha sido eso? 
Adonis._No lo sé, pero parece que están bombardeando el exterior de este extraño lugar. Y por ser culpables de romper la magia de este instante, será mejor que vayamos a ver qué ocurre. 
Venus._ ¿Estás loco? Si salimos de aquí nos matarán y ya sí que no vamos a poder disfrutar el uno del otro. 
Adonis._Yo también tengo ganas de ti, Venus, pero ahora no podemos ser egoístas y tenemos que ayudar a todo aquel que nos necesite.  (Cayó una gran bomba encima del museo) 
Venus._ ¿Ves como no podemos salir? ¡Tenemos que ponernos a salvo! 
Adonis._ ¡Tienes razón! ¿Tu crees que el culpable de todo esto es Marte?
Venus._ Puede ser (Lo coge de la mano y lo lleva hacia otro cuadro) Tenemos que movernos o nos alcanzarán.
Adonis._Tengo miedo de que nos alcancen y nos separen durante otros muchos siglos. 
Venus._ También yo lo tengo. Tenemos que escondernos de Marte porque va a venir directamente a por nosotros. 
Adonis._¡Si! ¡Tenemos que movernos ya! Vamos a otro cuadro, ahí estaremos a salvo. 
Venus._ Vayamos a esa bacanal; ahí   parecen no sufrir nunca y  entre tanta gente no nos encontrarán.
Adonis._¡Buena idea! ¡ Corre, que vienen! (Los dos empezaron a correr dados de la mano tres pasillos al fondo).
Venus._(Mientras corrían, con voz cansada) Adonis, quiero decirte que pase lo que pase te quiero y que por muchos obstáculos que nos hayan puesto siempre serás el amor de mi vida 
Adonis._Vamos ,Venus. No es momento para esas cosas; además vamos a vivir los dos, ya verás.  
Venus._(con voz decepcionada) Vamos... Entremos en el cuadro. (Ella entró de la mano de Adonis)
Adonis._¡Voy! (Cuando solo le quedaba la pierna por meter, Marte lo agarró dándole tal empujón hacia atrás que lo sacó del cuadro quedándose Venus dentro).
Venus._¡No! ¡ Adonis! ¡Levántate! 
Adonis._¡Corre, Venus,¡ entra antes de que te cojan a ti también!
Venus._(Venus, ya dentro del cuadro no podía salir y salvar a Adonis. Este, luchaba por su vida es abatido por Marte) ¡NOOOOOOOO! 
Adonis._Lo siento Venus! ¡ Te quiero! 
Venus:¡ Noooooooo! (Ella quedó plasmada en el cuadro de Tiziano, al fondo la celebración, cerca de Sileno sin que nadie abandonara su alegría por ella).






Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello ( 1867-1936)

  
Una compañía de comedias intenta ensayar una obra. En medio de los problemas habituales del personal técnico y artístico, se presentan en el recinto seis personajes en busca de un autor o director que les dé vida y les permita reproducir la tragedia de sus vidas. Estos personajes han sido creados a medias por un actor que interpretó su obra, pero ellos quieren continuar la vida que les ha insuflado. Entre ficción y realidad, los personajes consiguen entrar en escena y captar la atención de todos. Comienzan entonces a contar su peculiar conflicto.
Resultado de imagen de SEIS PERSONAJES EN BUSCA DE AUTOR El padre, tras conocer la infidelidad de su mujer con su secretario, le pide a esta que abandone el hogar. El hijo de ambos se queda con el padre y, a falta de una madre que le ayude en su educación, ha crecido con un carácter difícil. Fruto de la unión ilegítima entre la madre y su amante, nacen la hijastra, el muchacho, y la niña. Pero el padre, presa del remordimiento y los celos, intenta conocer a los hijos de su exmujer. Da al fin con la hijastra, a quien ve a la salida del colegio. Pero la madre, asustada por la perseverancia de su exmarido, huye con su nueva familia a otra ciudad y el padre, durante varios años, pierde el contacto con ellos. Al cabo del tiempo, el amante de la madre muere, y la situación de precariedad de la familia les obliga a regresar a la ciudad que habían abandonado. La hija es ya una jovencita de 18 años que lleva recados y encargos de costura a Madame Paz. Esta dama, en apariencia ilustre, no aparece más que como una discreta regente de una casa de citas, que dispone en su “ taller”de habitaciones reservadas para la clientela. Sin que la madre se entere, Madame Paz ha convencido a la chica para que sea una más de las “niñas” del prostíbulo. El padre, que frecuenta el “taller” de la Madame, se encuentra un día con la hijastra, que no reconoce, pues con la edad ha cambiado su aspecto físico. La muchacha y él están a punto de ir a la cama, cuando de forma súbita la madre irrumpe en la habitación llena de horror ante la aberrante escena de ver a su hija entregada a quien fue su marido. El padre aprovecha la penosa situación de la familia y lleva su casa a la madre junto a sus tres hijos. La convivencia familiar es cada vez más difícil, pues hay constantes enfrentamientos de odio y luchas internas. La hijastra muestra una gran repugnancia por el padre, y también odia al hijo de este, que mira a todos como extraños. La madre intenta reconciliarse, pero el destino de la familia parece estar escrito. Un día la hija pequeña cae al estanque de jardín mientras juega, y se ahoga. El muchacho, que presencia la escena, saca un revólver y se pega un tiro. La historia la interrumpen durante su transcurso el director, los técnicos del teatro y los actores. Al final, todos los actores y personajes se debaten entre la ficción a la realidad. Cada uno defiende, desde su profesión, una interpretación de lo que acaba de ocurrir. Para los personajes inacabados es todo realidad; para los actores y el director, se trata tan solo de la ficción mágica del drama. Cuando se apagan las luces del teatro en la compañía se ha marchado, un proyector ilumina la imagen de la familia, con la ausencia de las sombras del muchacho y de la niña. El director sale corriendo del escenario. Padre, madre e hijo permanecen inmóviles en escena. La hijastra salta al patio de butacas, ríe con una risa maléfica e irónica; finalmente, sale hacia el vestíbulo desde el que se escucha una última carcajada, mientras cae el telón.







Fuente: Ramón Nieto y Liuba Cid

LA MUJER FATAL PARA PAUL VALÉRY




Imagen relacionadaNunca es tarde para empezar a tener mala suerte, y Paul Valéry empezó a tenerla a los 67 años, cuando se cruzó con la mujer a la que escribió los textos que forman Corona & Coronilla y a la que se entregó de forma obsesiva, tanto en prosa -"nosotros somos todo, el resto no existe más que por error", dice en una carta- como en verso: "No hay idea mía que tú no extermines", le dice en uno de sus versos; y en otro: "Vivir sin ti un día me lo vuelve de hierro". No parece que la célebre inteligencia del autor de El cementerio marino fuese rival para las maquinaciones de aquella Jeanne Loviton que escribió pocos libros pero coleccionó muchos escritores, a la que François Mauriac definió como "el último gran personaje novelesco de su época"; que antes de llegar a la cama de Valéry había pasado por las de Jean Giraudoux, Curzio Malaparte, Saint-John Perse, el académico y novelista Emile Henriot, el dramaturgo Pierre Frondaie o el filósofo Bertrand de Jouvenel; y a la cual se llegó a considerar involucrada en la muerte de su último amante, el editor Robert Denoël, asesinado de un tiro cuando los dos iban juntos en un coche. Louis-Ferdinand Céline la acusó de ser cómplice de aquel suceso, y otros sospecharon de ella cuando se supo que Denoël acababa de convertirla en máxima accionista de su empresa, algo que ella aprovechó, poco después, para venderle el 90% de sus participaciones a la competencia, es decir, a Gallimard. Esas dudas razonables la acompañaron toda su vida, que fue larga: murió a los 93 años, en 1996. Para entonces ya había roto muchos corazones, entre otros el de Valéry, que no sobrevivió a la noticia de que lo abandonaba para casarse con otro. Al parecer, según se cuenta en Corona & Coronilla, durante los siete años que duró su relación siempre se habían visto en domingo, y ella eligió uno alegre y soleado para hundirle su puñal: "Oh bien amada, / oh día hermoso, / a él acudí / como a una tumba". Eso sí, aunque prescindió del poeta se quedó con sus poemas, y vendió los manuscritos a buen precio a una universidad japonesa. Allí estuvieron hasta que un editor francés acudió al rescate. Hizo bien, porque Valéry siempre importa, aunque se trate de esta colección de tópicos sobre el amor desigual, donde el creador de La joven parca aparece como un enamorado con recursos, cuyos pasos "bajan los peldaños" que llevan al "sedoso cáliz" de Loviton -en otros poemas "algodonosa estancia", "dulce corola", "juguete barroco", "redil", "flor" o "vaso de sombra viva"- , y cuyo "alma obedece su secreto aroma", que lo colma pero no le sacia: "Cuando te bebo más, mi Fontana sin fondo, / más me reduzco a la exigencia de beberte". La cosa, sin embargo, acabó mal: ella, tal vez aburrida de aquel "amor... sin vigor" que reconoce Valéry, levantó el vuelo, y él, después de llamarla "amiga extrema, oh suprema enemiga", "serpiente entre las flores y gusano en la fruta", no superó el golpe, se sintió vacío sin la mitad aventurera de su doble vida y murió sintiéndose un estorbo trágico, incapaz de salvar ese "horrible demasiado tarde" del que habla en una carta y sólo con fuerzas ya para firmar su rendición: "Yo creía que estabas entre la muerte y yo. / No sabía que estaba entre la vida y tú".

                                                                :::::::::::::::::::::::::::::::::::


(Para saber algo más de Loviton pueden ver este vídeo:

http://www.dailymotion.com/video/xbj5s7

http://www.ina.fr/video/3809016001




FUENTE del ar´ticulo : Publicado en el diario "el país" el 20 de marzo de 2010  por benjamín prado

viernes, 20 de abril de 2018

T. S. Eliot: La Tierra Baldía (1922)


    Tierra baldía es el poema más conocido de la primera mitad del siglo XX. Fue publicado en 1922  _ el mismo año en que apareció la novela más relevante de la modernidad, Ulises de James Joyce. La aparición simultánea de dos gigantes de la literatura moderna ha conferido a ese año un halo casi mágico.

Resultado de imagen de tierra baldía     Thomas  Stearns Eliot, cuyos nombres se abrevian generalmente utilizando sus dos iniciales T. S., era estadounidense de nacimiento, aunque inglés por elección. En el verano de 1914, siendo estudiante, realizó un viaje de estudios por Europa. En Londres conoció el Godfather  ( “padrino”) de la lírica vanguardista, su compatriota Ezra Pound. Éste, que no se dejaba impresionar fácilmente, leyó algunos poemas de Eliot y constató fascinado que el autor se había “modernizado”  lejos de los círculos de las élites literarias. Eliot permaneció en Inglaterra durante la Primera Guerra Mundial, y en los años siguientes logró acceder a los elegantes ambientes de los intelectuales ingleses,  entre ellos, destacaba el grupo de Bloomsbury, del que formaba parte Virginia Woolf, cuya editorial publicó  en 1918 algunos de los poemas de Eliot. El autor, siempre inmaculadamente vestido, escoge a sus palabras con mucho cuidado y a veces parecía algo indebido. Resultaba más inglés que los propios ingleses. Se acostumbró a  hablar con acento británico, se convirtió a la Iglesia Anglicana y, finalmente, adoptó la nacionalidad británica.

     Tierra baldía es una poesía tan complicada que la primera lectura provoca una confusión total al lector desprevenido. En cualquier caso, uno debería intentar leer la versión original en inglés al menos una vez  (y si solo posee conocimientos medios del idioma puede consolarse pensando que la gente que lo habla fluidamente tampoco entiende gran cosa al principio). Una forma de acceder al poema de Eliot es a través de su sonoridad. Los críticos contemporáneos compararon el ritmo de los versos con la música jazz de los años 20. Existe una grabación  en la que el propio Eliot  lee su poema:  puede encontrarse  en Internet. Elliot calificó su poema como una suerte de “refunfuñó rítmico”,  definición que supone algo más que relativizar la importancia de un texto tan difícil como para confundir a los asistentes a los seminarios literarios de todo el mundo desde hace más de medio siglo.

      Este “refunfuño” supone una crítica a la civilización. Tierra baldía es una visión sombría de la sociedad a principios del siglo XX. Constituye una respuesta pesimista a los acontecimientos que habían conmocionado a la civilización occidental en las dos primeras décadas del siglo. Expresa la desesperación sobre la imposibilidad de comprender la sociedad moderna y sobre el impacto de la Primera Guerra Mundial. Elliot puso en escena una especie de paisaje en ruinas de la cultura europea. Esta es la razón por la cual el poema está hecho de trozos de palabras y fragmentos de frases:  es una reunión de muchas voces diferentes, que aparecen tan bruscamente como desaparecen, sin que ninguna de ellas “señale” el tono . También reúne una cantidad aparentemente inabarcable de  alusiones a las grandes obras de la historia intelectual europea:  desde Ovidio, pasando por San Agustín hasta Shakespeare.  Para proporcionar al lector una mínima posibilidad de reconocer las citas Eliot fue previsor y agregó las 7 páginas que conforman el capítulo de notas.
     El largo poema de 433 versos de Eliot está dividido en 5 capítulos. La primera parte (“ el entierro de los muertos” ) comienza con una mujer  recordando melancólicamente un tiempo pasado, prosigue con una escena amorosa y describe, a continuación, una visita a una echadora de cartas. Finaliza con la  escena de una fantasma corriente detrás de  transeúntes en Londres. La segunda parte  (“ Una partida de ajedrez”) empieza parodiando el célebre monólogo del drama de Shakespeare Antonio y Cleopatra. Describe a una dama distinguida que se irrita por la actitud reservada de su pretendiente. Seguidamente, toman la palabra dos mujeres del pueblo. Una de ellas ha abortado y su marido la engaña. En la tercera parte  (“el sermón del fuego”)  el vidente ciego Tiresias relata la desoladora escena amorosa entre una secretaria y un joven lleno de forúnculos a la que sigue, como imagen contrapuesta, el romántico paseo por el Támesis de la reina Isabel I y su amante.

     Tiresias es la figura más importante del poema. Es un vidente ciego, un ser andrógino, hombre y mujer a la vez. Superando los límites del tiempo y espacio, navega entre la antigüedad y la gran ciudad moderna. De una extraña manera Tiresias es capaz de reunir dimensiones que son incompatibles con el pensamiento lógico de Occidente. De ahí su papel central en la visión de Eliot de un panorama cultural sin unidad visible.

     La cuarta parte,  ( “Muerte por agua”)  articula  su discurso en torno a la muerte como precursora de un nuevo comienzo. La quinta parte,   (“lo que dijo el trueno”), describe un viaje a través de una región desierta y pedregosa, en la que ruge la tormenta que no trae lluvia. Solo al final se anuncia la llegada  del aguacero.  Termina repitiendo tres veces la palabra sagrada hindú   Shantif  ( “paz” ).

     Las cinco partes están unidas por una serie de motivos que aparecen una y otra vez:  la infertilidad, la decadencia y el aislamiento. Aparte de la tristeza del ambiente, no hay ningún hilo narrativo entre los temas:  los episodios comienzan y terminan, las voces hablan y se callan. De esta  estructura  se deriva la “ inteligibilidad” del poema.  Pero una vez que se ha asimilado que Tierra baldía es la expresión de la fragmentación del mundo moderno se entiende por qué resulta tan poco accesible aunque uno continúe sin comprender cada verso aislado.

     Eliot  recibió el Premio Nobel de Literatura en 1948. Hoy todo el mundo recuerda el nombre de un musical inspirado en una obra suya titulada old possum's book of practical cats más conocido,  como cats.










Fuente: Libros, de  Christian Zschirnt


lunes, 16 de abril de 2018

Marcel Proust: En busca del tiempo perdido (1913-1927)

 En busca del tiempo perdido. Las siguientes críticas fueron mucho menos irrespetuosas. En busca del tiempo perdido es una de las obras mayores de la modernidad. A pesar de ello, muchos lectores desanimados han coincidido, en su fuero interno, con aquel enervado editor francés.
“Puede que yo sea obtuso, pero no logro comprender por qué un señor necesita treinta páginas para describir cómo da vueltas en la cama antes de quedarse dormido”.  Estas palabras fueron escritas por el editor al que Proust ofreció el primer volumen de los siete que componen su novela

      La novela de Proust integra la lista de libros que más abandonan los lectores. Este hecho no se debe a que este público fallido sea  “obtuso” sino a que la lectura de Proust es cualquier cosa menos fácil. Los desafíos que plantea son notables: uno tiene que enfrentarse a una pieza novelística que abarca 4000 intimidantes páginas. Tampoco el complicado estilo, con sus frases de renombrada complejidad y refinada elegancia, constituye un plato ligero de digerir. La novela describe cómo se busca una conciencia a sí misma. En consecuencia, todo lo que procede del mundo exterior es filtrado por la perspectiva del mundo interior del narrador en primera persona. No se lee demasiado deprisa y, de vez en cuando, genera una confusión considerable.

     Pero En busca del tiempo perdido es una obra superlativa no solo por las dificultades que ofrece su lectura, sino también por el placer que proporciona. No existe nada comparable a Proust  en la literatura europea. Cuando el narrador en primera persona Marcel despliega su conciencia con una lentitud impresionante, esta exposición se asemeja al milagro del despliegue paulatino de una flor de papel en el agua. Vivencias e impresiones, rescatadas página a página de las profundidades de la conciencia como valiosos tesoros, se exhiben en imágenes de arrebatadora poesía. El que se ha abierto camino a través de las primeras 200 páginas, se convierte fácilmente en adicto.
 En busca del tiempo perdido es una novela sobre el tiempo:  sobre el olvido y el recuerdo, y sobre la cuestión de cómo evadirse del imparable desvanecimiento del tiempo y con ello, de la transitoriedad y de la costumbre. La respuesta es: a través de la memoria.

      El  concepto de recuerdo de Proust  nada tiene que ver con esa actitud de nuestra memoria que precisamos en nuestra vida cotidiana y a cuyo rendimiento contribuimos con notitas escritas en un post-it. El recuerdo no es para Proust un proceso voluntario de la conciencia, sino algo que sucede casualmente, que aparece de repente sin que sea posible saberlo de antemano. Lo provoca una estimulación de los sentidos:  el sabor de un pastelito o el olor de las lilas. La percepción pone en marcha una cadena de asociaciones y abre horizontes insospechados en el interior. El que lo vive se deja transportar al éxtasis. Es una cualidad  que resplandece en escasos momentos. Significa felicidad, belleza e inspiración artística.

     Para idear el  concepto de tiempo, Proust se inspiró en la teoría de la percepción subjetiva del tiempo que había formulado el filósofo Henri Bergson en la misma época: Bergson distinguía entre la percepción subjetiva y no lineal del tiempo y la cronología continúa, inmensurable. Consideraba que el tiempo propio de la conciencia era una percepción que no admitía ser fraccionada y lo llamó durée  “duración pura”. En esta “pura duración” el pasado no desaparece simplemente, perdiéndose como ocurre con el tiempo cronológico, sino que se derrama incesantemente en el presente para enriquecerlo.
 También en Proust  el pasado alcanza el presente. Pero lo que Bergson se asemeja a un río cuya corriente penetra pausadamente, en Proust  adquiere la calidad de una catarata que aparece por sorpresa. La manifestación de uno de los denominados  “recuerdos involuntarios” es, en el autor, dramática:  irrumpe espontáneamente en la conciencia y resulta avasalladora por la cantidad de rememoraciones que libera de improviso.

      A este tipo de  recuerdo  le debe la literatura europea su pieza de bollería más celebré:  la magdalena. El episodio es muy conocido, lo cual se debe, entre otras cosas, a que se narra en las 100 primeras páginas:  cuando un día de invierno la madre del narrador  (ya adulto)  le sirve una magdalena y una tila, el sabor del bollo mojado en la infusión libera el recuerdo de toda la infancia que se creía perdida. Mientras se despliega el gusto de la tisana y del dulce en la boca, para Marcel emerge de la nada un mundo hundido: recuerdos largamente olvidados del pueblecito de Combray,  en el que la familia pasaba sus vacaciones, se convierten en un caleidoscopio del pasado. En esos momentos de recuerdo _en los que se revive por segunda vez algo muy lejano y el pasado y el presente se unen durante un breve instante_ es posible _ desde un punto de vista subjetivo__ apartarse del río del tiempo cronológico. La comprensión conduce finalmente a que el narrador en primera persona decida conservar este tiempo recobrado a través de la rememoración. Lo hará en forma de una novela sobre el recuerdo.

     Si resumir el argumento de una resulta siempre difícil, dado que un texto literario es más que la suma de todo lo que le acontece, sintetizar a Proust  genera una especie de coronación del problema. Por ello  a continuación solo  se ofrece un hilo conductor de las siete partes de la novela.

      El primer volumen, titulado Por el camino de Swann, comienza con rememoraciones de la infancia de Marcel:  las vacaciones de verano que disfrutaba anualmente junto a sus padres en Combray. Al principio, el único recuerdo de ese tiempo es  el drama del beso de buenas noches denegado. Siempre que venía de visita  por las noches  el señor Swann, el niño, que contaba con 10 años por aquel entonces, era enviado a la cama, sin ni siquiera recibir el anhelado beso de buenas noches de su madre. La reiterada privación de la atención maternal le provoca un trauma que dura toda su vida y que se pone de manifiesto en las futuras relaciones de Marcel con las mujeres, en forma de miedo a la pérdida y ataques de celos. Aunque el episodio del beso de buenas noches constituye al principio el único recuerdo de la niñez, la degustación de la célebre magdalena conduce a que repentinamente reviva toda la infancia con las personas y los lugares que participaron en ella:  la querida abuela, la obstinada criada Françoise, la hipocondriaca tía Léonie, el seto de espino blanco la iglesia de Combray…

     La segunda parte de este primer volumen lleva el título Un amor de Swann. Narra la historia de amor entre Swann, un entendido en arte, y la bella Odette de Crécy, una mujer de reputación extremadamente dudosa. Ambos se han conocido en el salón de Madame Verdurin , un  lugar de reunión de la alta burguesía que, junto al aristocrático salón de Guermantes, representa uno de los dos centros sociales de la novela. Swan sospecha que Odette le engaña y sufre unos terribles ataques de celos. Cuando el amor ya se ha enfriado, se casa con ella. Un amor de Swann es quizá el fragmento más apropiado para realizar una lectura selectiva de Proust:  es una historia cerrada en sí misma que acontece antes del nacimiento del narrador. Es la parte de  de la novela que se acerca más a las expectativas de los lectores convencionales.

     El segundo volumen se titula A la sombra de las muchachas en flor. El púber Marcel vive  sus primeras experiencias eróticas y se enamora imperecederamente de la hija de Swann, la alocada Gilberte, con la que juega en los Campos Elíseos. A los 17 años el protagonista, que padece asma (como el propio Proust) , viaja con su abuela a Balbec, en la costa de Normandía. Allí traba  amistad  con Robert de  Saint Loup, un hombre arrebatadoramente atractivo, que se casará más adelante con Gilberte,  pese a sus tendencias homosexuales. Trata también al tío de Robert, el Barón de Charlus, cuya homosexualidad tendrá consecuencias fatales. Pero, sobre todo, el protagonista conoce en Balbec a su gran amor, Albertine. La ve por primera vez en el paseo marítimo y se queda maravillado ante la bella, deportiva y moderna joven.

      En el tercer volumen, El mundo de Guermantes, Marcel  se ha mudado a París con sus padres. La familia habita en una vivienda del Palacio que los Guermantes poseen en la ciudad. Marcel se enamora platónicamente ( como es habitual) de la duquesa de Guermantes. Cuando por fin se produce el encuentro, el narrador se decepciona ( como también es habitual). El núcleo de la vida social y constante tema de conversación en el Salón de los Guermantes, gira en torno al asunto del capitán judío Dreyfus, deportado a la Isla del Diablo por alta traición en 1894 y cuyo destino originó una crisis política interna en Francia durante los años 90.

      El tema principal del cuarto volumen, Sodoma y Gomorra, es la homosexualidad. Al comienzo del mismo, Marcel averigua casualmente el secreto del barón de Charlus, el cual camina poco a poco hacia su destrucción por una aventura amorosa. El narrador sospecha que Albertine , a la que entre tanto ha reencontrado, es lesbiana.

     En el quinto volumen, La prisionera, Marcel ha llevado a Albertine  consigo a su casa en París. Cada vez que Albertine  sale, el narrador preso de celos, hace que la vigilen. A la vista de la posesiva actitud de Marcel, Albertine  se escapa una mañana de casa.

 En el penúltimo volumen, La fugitiva, Marcel encarga a su amigo Robert que haga averiguaciones sobre el paradero de Albertine  para traerla de vuelta. Finalmente, recibe la noticia de que Albertine  ha fallecido víctima de un accidente de equitación.

     En el séptimo y último volumen, El tiempo recobrado, ha estallado la Primera Guerra Mundial. Al final de la contienda,  Marcel acude a una matiné en casa del príncipe de Guermantes. En la biblioteca de la vivienda comprende, de repente,  que el recuerdo puede detener la fugacidad del tiempo. Marcel quiere que ese conocimiento sea duradero y decide escribir una novela. De este modo, la obra de Proust cierra finalmente el círculo: Marcel escribirá  la novela cuya lectura está a punto de finalizar el lector.








Fuente: Libros, de Christiane Zschirnt